el interpretador narrativa

 

Agujeros de agua

Juan Diego Incardona

 

 

 

 

      

Mi nombre es Julio Lucián.

Vivo todo el día encerrado porque padezco una enfermedad. Lo más grave está en las manos. Las ampollas me llegan hasta las muñecas y en las palmas no tengo piel. En la izquierda la carne está carcomida y puede verse un pedazo de hueso.

Llevo años de tratamiento pero me siento cada vez peor. Ahora prefiero estar en casa. Odio los hospitales.

Renuncié al trabajo hace seis meses. No quiero que me vean. El tiempo pasa y la descomposición progresa. Cada tanto aparecen pedazos de mi cuerpo en el piso.

Se trata de vivir la muerte. Hay algo de máquina rota en todo esto. Sé que tengo las palabras, pero no es suficiente. La inmovilidad no pertenece a nuestra época. Muchos menos el hombre ermitaño.

Mi verborragia es notable, pero acá solo en el departamento, recluido las veinticuatro horas, daría lo mismo que fuese mudo. A María no la veo más. Ella fue mi mujer.

El portero, una de las pocas personas con las que mantenía un mínimo trato, no me habla desde la inundación.

Siento que desconozco a la gente. La condición humana adentro de la casa es apenas una propiedad sentimental, algún tipo de expectativa.

Llevo las manos siempre vendadas. Debo evitar que entren en contacto con el aire y particularmente con el agua.

El médico dijo que prefería ser honesto.

?No hay nada que yo pueda hacer.

Después agregó que el problema necesitaba atención especial. ¿Qué atención es esa?, le pregunté.

Entonces habló de ellos. Explicó que trabajan a nivel celular, con la sangre.

?Yo soy médico. Ellos, en cambio, son científicos. Hacen experimentos.

Le dije que estaba dispuesto a probar lo que sea porque ya no aguantaba más esta situación, pero que no sabía cómo hacer para contactarlos.

?Yo me puedo encargar, sólo necesito tu aprobación.

Remarcó que era fundamental ser reservados. Acepté inmediatamente. Prometió anotarme en una lista, pero insistió en que tuviera paciencia, porque había muchas  personas interesadas.

Ayer escuché unas voces en las escaleras y pensé que venían a verme, pero al final siguieron de largo. Habrán atendido a otro del edificio, quizás al viejo del segundo ?C?, porque no se oye más. Cada mañana se lamentaba puntualmente, a partir de las ocho, gritando: ?¡No puede ser! ¡No puede ser!?. En cambio ahora todo se llenó de silencio.

El médico dijo que seguramente vendrían de noche, que estuviera alerta. No le pregunté por qué, supongo que eligen esos horarios para no ser vistos.

Mientras espero, trato de conseguir más información. Por eso le presto atención a las cosas que dicen en la radio. Sospecho que puede haber mensajes en clave.

Estoy buscando la llave de la puerta del patio. Seguro la perdí en un lugar ridículo, en el baño o adentro de las alacenas. Quiero abrirla porque es probable que decidan meterse por ahí. Yo vivo en el primero, contrafrente, y mi patio limita con un baldío. La pared no es muy alta. Ellos pueden saltar, que nadie se va a dar cuenta, sobre todo si es de noche, y entrar por la cocina. Allí los voy a esperar a partir de hoy. El lugar es perfecto porque domino la entrada del patio y por el pasillo veo la puerta principal. La luces de la casa van a estar apagadas. Es más discreto.

Pensé en poner una vela encendida junto  a mí y otra encima de una silla en el hall, para alumbrar la puerta. Son dos velas por noche. Tengo un paquete de doce. Es decir que este método va a funcionar nada más que seis días. Si no vienen en ese plazo voy a tener que inventar otra cosa.

Es importante que duerma la siesta, para que pueda mantenerme despierto a la noche. Nunca me gustó dormir a la tarde porque la comida me cae mal. Pero en esta época almuerzo generalmente fideos y atún, y no es pesado. En los armarios guardo una buena cantidad de alimentos no perecederos, un montón de latas y galletitas de agua. Hace tiempo hice una compra grande, así no tengo que salir a la calle.

Cuando era chico, me obligaban a dormir la siesta en Navidad y en Año Nuevo, pero yo nunca podía y por eso me la pasaba jugando.

Tengo que explicar por qué está enojado conmigo el portero. Resulta que hace más o menos un mes olvidé el lavarropas prendido y se trabó en la descarga. La manguera se salió de la rejilla y quedó apuntando hacia la puerta de servicio. Corrió tanta agua que se inundó el pasillo, hizo cataratas por la escalera y por el hueco del ascensor y entró en el palier y un poco en la cochera. Dijo que lo mío había llegado al límite.

¡Yo sabía! ¡Acá están! Al lado del cepillo dental. ¿Por qué razón puse la llave del patio en el baño? Estas cosas no pasan por gusto. Me acuerdo de papá. Era tan distraído que una vez entró con el paraguas abierto a un supermercado. Fue una tarde que llovía mucho. Estuvo caminando entre las góndolas como diez minutos, con el paraguas levantado. Dicen que la gente lo miraba pero que nadie dijo nada. Al final se dio cuenta solo. Es una anécdota que siempre recordaban en las fiestas familiares. Todos se reían. A papá no parecía importarle. Es evidente que salí más a él que a mi madre. ¿Ellos lo tomarán en cuenta cuando me atiendan? ¿El factor genético? Los dos fallecieron hace tiempo. Primero mi padre y al año siguiente mi madre. Estuvieron casados cuarenta y dos años. Y se murieron casi simultáneamente. Eso no es casual.

Tengo hambre. Voy a abrir una lata.

En esta casa hay olor a tierra mojada. Debe ser la humedad de las paredes mezcladas con el polvo.

En la radio dan una noticia curiosa. Dicen que en Estados Unidos un bombero recuperó la memoria después de diez años de amnesia. Tuvo un accidente en un incendio y pasó veintiún minutos sin respirar. Lo revivieron y durante dos meses estuvo en coma. Cuando se despertó no reconocía a los familiares ni a los amigos. Además perdió la vista y el habla. Ayer, después de cumplirse una década de esta situación, de golpe comenzó a charlar con la esposa. Habló durante catorce horas. Mucha gente de todo el mundo está interesada en el caso. Ahora el hombre duerme. Hay expectativa por ver cómo se comporta una vez que se despierte. Eso es todo. Pasan una cortina musical.

Fueron ellos, no hay duda. Si el caso es verdadero o falso, no importa tanto como  el mensaje. Habrá que pensarlo. Lo primero que llama la atención es que digan ?un bombero? y no simplemente un hombre, o una persona. Puede haber algo más en esa elección. ¿Qué es un bombero? ¿Significa otra cosa además de ?operario que apaga  incendios?? Bueno, dejemos eso de lado. Por el momento. ¿Y el tema de los tiempos? La verdad que es llamativa la repetición de tantos plazos en una noticia tan corta. ?Veintiún minutos?, ?dos meses?, ?una década?, ?catorce horas?.  Es posible que ellos estén dando turnos. ¿Pero cómo puedo saber cuál es el mío?

Por las dudas voy a espiar qué está pasando  en el patio, aunque es difícil que ?veintiún minutos? se refiera a mí, porque acá todavía no es de noche. ¿Y si fuera ?una década?? No creo. La descomposición avanza rápido y no podría aguantar tanto tiempo. Ellos ya deben estar enterados. El médico lo habrá pasado en su informe. Pero él nunca habló de un informe, sólo de anotarme en una lista. Bueno, es sabido cómo son las cosas en Medicina. Siempre están escribiendo informes, historias clínicas, recetas. La salud es un oficio muy burocrático.

Están golpeando el piso con un martillo o algo parecido. En realidad alguien golpea el techo de abajo, que vendría a ser la contracara de mi piso. Debe ser el portero trabajando en la cochera.

Cuando vivía con mis padres teníamos un vecino que se la pasaba arreglando su casa día y noche. Yo no sé bien qué pretendía con eso. Hacía de todo, pero lo peor era el taladro. Nuestra casa retumbaba. No podíamos dormir. Lo amenazamos varias veces, pero no hacía caso. No sé qué habrá sido de él. Si vive, debe estar agujereando la pared, revocando el techo, clavando clavos en horarios insólitos. Lo tuve muchos años de vecino pero desconozco su tipo. Puede tratarse tanto de un hombre trágico como de un hombre cómico. Esta ciudad produce ambos. Pero no todos son identificables.

¿Y si son ellos los que golpean? ¿Cómo no lo tuve en cuenta desde el principio? Porque es extraño que el portero trabaje en el horario del almuerzo. Él es muy estricto con eso. Cuántas veces fui a pedirle alguna cosa y se disculpó diciendo ?hablemos más tarde, ahora estoy comiendo?, o ?no puedo atenderlo, estoy por dormir?, o ?mañana me ocupo, ahora es tarde?. Es alguien muy respetuoso de sus actividades domésticas.

¡Pero el golpeteo tiene ritmo! No hay duda. Son series de tres. Es claro. Ahí va. Uno, dos, tres, silencio. Ahí va otra vez. Uno, dos, tres, silencio. Esto puede tener relación con los turnos que dieron en la radio.

¿Qué hora es? A ver: son las dos menos cinco. ¿Qué podrá significar?

Dos menos cinco... tres golpes... dos menos cinco es una y cincuenta y cinco...

En realidad sería trece y cincuenta y cinco. Un uno, un tres, un cinco y otro cinco. Uno más tres más cinco más cinco da catorce. ¡Catorce! ¿No es uno de los plazos que dieron en la radio? ¡Catorce horas! ¿Ese es mi turno entonces?

¿Pero las series de tres golpes qué quieren decir? A propósito de eso, ya no se escuchan. Deben saber que lo estoy descifrando. Lo tienen calculado.

Pero me falta el significado de los tres golpes. Quizás sea la contraseña que usarán cuando vengan. Golpearán tres veces la puerta. O el piso otra vez. Por qué no. Si lo hicieron recién pueden hacerlo de nuevo. Dentro de catorce horas golpearán tres veces en algún lugar de la casa. Será el momento. Exactamente a las tres y cincuenta y cinco de la mañana. Entonces entrarán.

Tengo que estar listo. ¿Tres y cincuenta y cinco? Tres como los golpes. Cincuenta y cinco son dos cincos y sumados dan diez, como los diez que tiene una década. Como los años que estuvo el bombero con amnesia.

?Amnesia? tiene siete letras, la mitad de catorce. O podemos pensar que siete por dos da catorce. Dos, como los ?dos meses? que el bombero estuvo inconsciente. Me parece que todo está relacionado.

?Catorce?, como las ?catorce horas? que el bombero habló con su esposa, también tiene siete letras. Igual que la palabra ?amnesia?. ?Catorce? y ?amnesia? suman catorce letras. ?Bombero? también tiene siete letras. Todo se repite. Debe ser una señal.

Las palabras ?bombero?, ?catorce? y ?amnesia? suman veintiuno. ¡Como los minutos que el bombero estuvo sin respirar! Y son tres palabras. Como los golpes. Tres palabras simétricas, como el ritmo que tenía el golpeteo. Cada vez tengo menos dudas. Ellos golpearon a las dos menos cinco. Dos menos cinco es una resta y da menos tres. Otra vez el tres. Se acercan. Es algo seguro. Está llegando mi turno.

Me espera una noche movida. Necesito descansar. Esta es la hora de máxima luz pero yo voy a acostarme.

Camino por el pasillo. La canilla del baño gotea. Extraño tocar el agua. Tocar. Hay cosas tiradas en el piso. La araña del zócalo está paralizada. Los días la encandilan.

Entro en el dormitorio. Las lucecitas en la persiana pertenecen a otro mundo. De gente irreconocible. Que anda por la calle.

Ya estoy adentro de la cama. Los muebles se convierten en figuras. La remera sobre la silla es un dibujo. Alguna vez fui un hombre alto. Los pies superaban el largo de este colchón.

María dormía conmigo. Pero el cuerpo gotea y yo estoy secándome.

Voy a dormir la siesta. En un sueño de agua. Los deseos se burlan de mí. Dicen que puedo ser cualquier cosa. El aire es más pesado. La pieza se consume. ¿Quién esperará cuando yo duerma?

Las sábanas me raspan. Alguien está hablando en la vereda. Pero no reconozco el mensaje. Porque voy durmiendo.

El día está roto. Por unas horas. Tengo que creer en la siesta. Vivir como ella vive en los lugares alejados. Donde los animales nacen.

Hay que cerrar los ojos. Si alguien puede verme, le ofrezco lo que queda de Julio Lucián, que lo lleve a donde quiera.

El tiempo es blando. La mano no responde. Se deshace en los pliegues de la tela. Los párpados se pegan a mis ojos. La carne se derrite. Están llamando por teléfono. Cuesta creerlo. Cualquier sonido es extraño. Todo se desintegra pero la campanilla insiste.

Llaman cuando la cama está caliente. Ahora suena el timbre. Pero no voy a estar. No pretendan engañarme. No pueden ser ellos. Tampoco María. Son otros. Los que quieren mi casa. Decidieron aprovecharse. Hace tiempo que deambulan. Como las moscas del mediodía. Pero estoy alerta. El cuerpo se descompone pero yo sigo en pie. Él duerme en la cama pero yo estoy despierto en el aire. Me arrastro por el techo a la velocidad de la luz y vigilo la propiedad.

No intenten embaucarme. Ningún detalle se escapa cuando salgo de pesca. Cuando él se desmenuza, yo tiro la línea más lejos.

Los vecinos murmuran en el pasillo. No saben que sus planes son inútiles. Porque el hermano del cuerpo está vivo. Dicen que un hombre recluido no puede subsistir, por eso creen que voy a morir. Pero yo no puedo morir.

El teléfono decidió callarse. Ahora es un sonido que se repite callado. En el futuro dirá una y otra vez su silabeo y me acompañará siempre. Mientras duerma o tenga el cuerpo despierto. En mis tareas y en la espera. Es como todo lo que alguna vez escuchamos. Pasa a formar parte del eco individual. Para hablar con otra persona hay que atravesarlo. Acercar el oído a la cerradura del eco.

Cuanto mayor es la edad, el eco se hace más fuerte, y las charlas más difíciles. Permanecemos encerrados en cuartos acústicos.

Mi eco está compuesto de pocos sonidos. Aunque están multiplicados. Se oyen como la respiración. Es el aliento de dos o tres personas que recuerdo y de las cosas que todavía conservo.

La tarde se está dando vuelta y en la persiana palidecen los brillitos de luz. El tiempo pasa más rápido cuando el cuerpo duerme. Pronto oscurecerá.

Un hombre atraviesa el bosque. Puedo verlo en el sueño que está llegando. Las perspectivas le resultan imposibles, los árboles se multiplican, lo marean, bailan a su alrededor. ¿Qué noción conserva?

Hay figuras verdes, marrones y amarillas y todo es denso como una mancha de aceite. Viscosa. Pegajosa. Tornasolada. Nada es rectilíneo.

El hombre se toma la cabeza. Le duele la cabeza. Se despierta. El cuerpo acumula movimiento y mueve un brazo. Abre los ojos.

Las figuras contra la pared se convierten en muebles. El dibujo es una remera sobre la silla. ¿Qué hora es? ¡Las dos de la mañana! ¿Cómo es posible? ¿Cuándo pasó eso? ¿Acaso dormí doce horas consecutivas?

Tengo que preparar todo para recibirlos a ellos. Faltan menos de dos horas. Hay que apurarse.

Me levanto de la cama. Los agujeritos de la persiana son negros. La calle está silenciosa. Prendo la luz del techo. Hay cosas tiradas en el piso. La araña del zócalo no está. Camino por el pasillo. La puerta del baño está abierta. La canilla de la pileta gotea. Cruzo el living y entro en la cocina. Voy a calentar agua para hacerme un té.

El fuego azul de la hornalla se abre debajo de la pava. La casa está muda. Parece que piensa. ¿Qué ambiente alberga su cerebro? Tantas horas acá adentro me dieron la certeza de que ella ostenta sobre mí una clara superioridad intelectual.

Lo peor es cuando se aburre y deja de escucharme. Uno deja de percibir su compañía y la intuye enmascarada tras las paredes y las puertas que le dan esa falsa apariencia de cosa, pero sé muy bien que ella está en algún lado, viva y coleando, buscando lo de siempre, la maldita diversión.

Su sentido del humor es bastante perverso. A la mañana, por ejemplo, cuando me levanto, se aprovecha de que estoy medio dormido y cambia las cosas de lugar. Sabe que eso me pone nervioso, pero cuanto más me quejo, más lo hace. Siempre termino por resignarme y trato de ocultar mi mala cara, para que sus bromas no empeoren.

Voy a apagar las luces y a prender las velas como tenía planeado. Cada vez falta menos. Debo mover las manos con cuidado. Es notable la flojedad de mis dedos debajo de las vendas y tengo miedo de perder alguno si hago movimientos bruscos.

Estos minutos que me tocan son de larga duración. Semejante lentitud pone las pelos de punta. Hace frío. Las luces eléctricas están apagadas y las velas encendidas. La casa sigue muda. Estoy sentado en la cocina, pensando si prendo o no prendo la radio. Ellos podrían dar nuevos mensajes, quizás algún dato sobre la evolución del bombero, un plazo o una palabra que me involucre.

Pero mejor dejemos todo como está. Conviene más el silencio y estar atento a la contraseña. La radio podría distraerme de los sonidos importantes.

No quiero mirar la luz de la vela porque me hipnotiza. Algo debe estar por pasar y no puedo perdérmelo.

La pared del fondo del patio proyecta una sombra que me preocupa porque allí soy ciego y ya es tarde para improvisar una forma de control. Si al menos tuviera una linterna.

Por suerte no hay ninguna al alcance. Hubiera sido un grave error alumbrar el patio. Ellos podrían confundirme con un hombre de seguridad.

¿Qué hora es? ¡Qué idiota! Olvidé traer el reloj a la cocina. Debe estar en la mesa del living. ¿Voy a buscarlo? Bajo ningún punto de vista. Tendré que calcular el tiempo. No es momento para abandonar el puesto.

Nunca estoy despierto hasta tan tarde. Es interesante las cosas que pasan. Oigo los bichos nocturnos deambulando por el patio y el crujir de los árboles en la calle. El viento no es muy fuerte pero cada ráfaga de brisa contra los edificios tiene la fuerza suficiente para producir una amplia gama de ruidos.

En este barrio, en esta noche, son más dominantes los movimientos sutiles que los grandes movimientos. ¿Y eso qué fue?

¡Están golpeando! ¡Lo sabía! Tiene que ser la contraseña. Pero viene del techo. ¿Cómo es posible? ¿Habrán alquilado el departamento de arriba?

El golpeteo tiene ritmo. No es igual al de la tarde pero son múltiplos de tres, es evidente.

Me pongo de pie. Voy al living y miro el reloj. Son exactamente las tres y cincuenta y cinco de la mañana. Es imposible que sea casualidad. No hay duda. Todo cierra. Esos golpes se dirigen a mí. Es la única verdad. ¿Pero qué tengo que hacer al respecto?

No sé si conviene seguir esperando. Supongo que si quisieran atenderme en mi casa hubieran golpeado la puerta o tocado el timbre cierta cantidad de veces, pero en cambio siguen golpeando mi techo, el piso de arriba, para ser más preciso. Me están llamando.

Alquilaron el segundo A. Habrán montado una especie de consultorio o sala de operaciones. Claro, cómo no pensé en eso. Deben usar instrumentos y tecnología difícil de transportar. Pensar que podían traer todo a mi casa, como si se tratara del maletín de un simple médico, fue idiota. Ellos son científicos. Hacen experimentos. Necesitan espacio para su laboratorio.

Hay que ser valiente, Julio. Tenés que salir de la casa y subir. No lo pienses más. Los golpes insisten. Te llaman desde arriba.

Abro la puerta. Ya perdí la cuenta del tiempo que pasó desde la última vez que lo hice. El corazón late a toda velocidad. En el corredor hace más frío. Subo las escaleras despacio. Nadie debe oírme salvo ellos.

Camino el segundo piso hacia la puerta del A. Todo es oscuro pero allí la luz está prendida. Asoma por abajo de la puerta. Estarán preparando sus cosas.

¿Qué hago? Es conveniente que golpee tres veces. Así sabrán que soy yo. Pero antes miremos por el agujero de la cerradura.

No puede estar más pegada mi mente al ojo como en este instante detrás de la puerta.

Estoy desconcertado. Ellos no están. Allí puede verse a mis vecinos desnudos arriba de la mesa del living. Tienen sexo.

Se zarandean y mueven la mesa con un ritmo impecable. Ella está arriba de él. Son sanos.

¿Que estoy viendo?

Parecen dioses. Me dominan el ojo y lo convierten en un fantasma subordinado.

Están ahí. Por contraste yo debo ser la pared, los muebles o cualquier lugar visible del ambiente.

Voy cayendo en un pozo donde el cuerpo tiene cualquier forma, compuesta o descompuesta da lo mismo, porque ahora lo único que importa no es la geometría sino el movimiento a través del hueco.

Saco el ojo y vuelvo a la oscuridad. Tengo que pensar en esto más tranquilo, en el departamento, y hacer nuevos planes. Esperaré a ver qué pasa mañana. Camino otra vez hacia la escalera.

Me doy vuelta un momento. En la negrura del edificio brilla una luz chiquita que hipnotiza la conciencia.

Ahora gritan. Mirá otra vez, Julio.

 

 

 

Juan Diego Incardona

 

 
el interpretador acerca del autor
 

 

               

Juan Diego Incardona

Villa Celina, 1971.

Publicaciones en el interpretador:

Número 2: mayo 2004 - Eyeston (narrativa)

Número 3: junio 2004 - Super Dios (narrativa)

Número 4: julio 2004 - Maldita Ley Interpretación acerca del artículo 194 del Código Penal en relación a los cortes de ruta y la criminalización de la protesta en Argentina (ensayo en colaboración con María Cecilia Incardona)

Número 4: julio 2004 - La voz de la señora Chamberlain (narrativa)

Número 5: agosto 2004 - El estanque de agua inmutable (narrativa)

Número 5: agosto 2004 - Beth o La lucha por la casa Acerca de La furia y otros cuentos (1959) de Silvina Ocampo (ensayo)

Número 6: septiembre 2004 - Bartleby, el oxímoron Ensayo sobre Bartleby, el escribiente (1856) de Herman Melville.

Número 6: septiembre 2004 - Canción para muertos (narrativa)

Número 7: octubre 2004 - Internet (narrativa)

Número 9: diciembre 2004 - Ampere -1- (narrativa)

Número 10: enero 2005 - Ampere -2- (narrativa)

Número 11: febrero 2005 - Ampere -3- (narrativa)

Número 12: marzo 2005 - Ampere -4- (narrativa)

Número 13: abril 2005 - Ampere -5- (narrativa)

Número 14: mayo 2005 - Ampere -6- (narrativa)

Número 15: junio 2005 - Villa Celina -1-: "Los reyes magos peronistas" (aguafuertes)

Número 15: junio 2005 - Ampere -7- (narrativa)

Número 16: julio 2005 - Ampere -8- (narrativa)

Número 17: agosto 2005 - Villa Celina -2-: "El hombre gato" (aguafuertes)

Número 17: agosto 2005 - Ampere -9- (narrativa)

Número 18: septiembre 2005 - Ampere -10- (narrativa)

Número 18: septiembre 2005 - Villa Celina -3-: "El ahorcado" (aguafuertes)

Número 19: octubre 2005 - La gargantilla (aguafuertes)

Número 19: octubre 2005 - Ampere -11- (narrativa)

Número 20: noviembre 2005 - La música rota (narrativa)

Número 20: noviembre 2005- Villa Celina -4-: "El hijo de la maestra" (aguafuertes)

Número 21: diciembre 2005- Villa Celina -5-: "El ataque a Villa Celina" (aguafuertes)

Número 22: enero 2006- Villa Celina -6-: "El malasuerte" (aguafuertes)

Número 23: febrero 2006- "Electrofilia" (narrativa)

Número 23: febrero 2006- Villa Celina -7-: "Bichitos colorados" (aguafuertes)

Número 24: marzo 2006- Villa Celina -8-: "El canon de Pachelbel o La chinela de Don Juan" (aguafuertes)

Número 25: abril 2006- Villa Celina -9-: "La culebrilla" (aguafuertes)

Número 25: abril 2006- industria nacional (narrativa)

Número 27: abril 2006- Villa Celina -10-: "Los rabiosos" (aguafuertes)


   
   
   
   
   
 
 
Dirección y diseño: Juan Diego Incardona
Consejo editorial: Inés de Mendonça, Camila Flynn, Marina Kogan, Juan Pablo Lafosse, Juan Marcos Leotta, Juan Pablo Liefeld
sección artes visuales: Juliana Fraile, Florencia Pastorella
Control de calidad: Sebastián Hernaiz
 
 
 
 

Imágenes de ilustración:

Margen inferior: Jacek Malczewski, Death (detalle).