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Villa Celina(*) -10-

"Los rabiosos"

Juan Diego Incardona

 

 

 

 

El velador en el piso de la pieza iluminaba las hojas romaní puestas arriba, estiradas sobre un vidrio apoyado entre dos sillas. Afuera, brillaba el sol del mediodía, no como ahora, que es de noche. Las persianas estaban bajas, igual que hoy, pero antes esa oscuridad de la casa duraba menos. Iba y venía la rotring por el papel y no se oía nada. Habrá sido un dibujo que además de calcado fue mudo. Pero tarde o temprano la voz llega. Qué paradoja: si cierro los ojos, se escucha mejor. La musiquita de los trazos cero cinco, cero siete, uno coma tres, se transforma en un tic tac encima del teclado. Bordes, ángulos, vértices, planos, acotaciones, todo se volverá acústico en un rato. Es cuestión de tiempo. Mientras tanto, acá adentro forma fila la gente que llega. Tiemblan igual que yo con este frío. Me tocan la cabeza. Villa Celina es un rectángulo como aquella hoja. Sus lados están formados por dos avenidas, un río y un mercado. Es la obra de un soldado o un carcelero. Debajo de su geografía también alumbran luces: son los faroles de los túneles. El más famoso está en la General Paz. Le dicen "túnel de los nazis". Cerca existe otro, más chico, que une a las dos villas ?Villa Celina y Villa Madero? por debajo de un basural y un arroyo de cloacas. En ese pasaje quiero entrar porque se me ocurre que esta historia podría comenzar allí, en el año 1987.

Lombriz ?le decían así porque era alto y desgarbado? era un pibe de barrio y acá no se metía con nadie, pero pasando los límites era un tipo pesado, pirata del asfalto, con varias causas penales por robo a mano armada y tráfico de drogas. Pero el prontuario no importa cuando estás adentro. En las cuadras, en el almacén de Juanita, en el club Riachuelo, Lombriz era el hijo de Pepe, un italiano del sur que habrá venido en la misma época que mis abuelos, después de la Segunda Guerra Mundial. Pepe tenía un taller mecánico con su hermano José. Lombriz a veces iba y ayudaba con algo, pero la mayor parte del tiempo la pasaba en Barros Pasos y Giribone, tomando cerveza con la banda de Capucha.

El velador en el piso de la pieza iluminaba las hojas romaní cuando de golpe apareció el cabezón Adrián muy agitado.

?Te buscan ?llegó a decir mi hermana María Laura.

Enseguida se asomó Adrián por la puerta del cuarto.

?Lo mataron a Lombriz, lo mataron a palazos hoy a la mañana.

?¿Qué?

A la unión de la General Paz y la Richieri le decíamos "última esquina". Ahí está la última casa del barrio, el último poste de luz, el último árbol. Entiendo que para los que vienen de Capital es al revés. Es natural que ellos miren así porque crecieron allá. Uno se para donde nació. Ahí está el punto de origen del observador. Y por más que renieguen, a eso no hay con qué darle. Por más que lo escondan, eso queda pegado. En nuestro caso todo empieza siempre en la Provincia, en el fondo del sudoeste, donde La Matanza se llama Gonzalez Catán. Para contar, contamos de sudoeste a noreste. Después, es viaje de vuelta. Es el mismo recorrido que hace la línea 86. La última esquina es una triple frontera. Divide dos barrios de acá, Villa Celina y Villa Madero, y uno de allá, en realidad de no tan allá, Villa Lugano. Ahí las autopistas forman varios puentes que tapan casi todo lo que pasa abajo. En esa época era un lugar de comercio para las pandillas. Debajo de uno, que da a Provincia, paraban dealers como si fueran arbolitos y ofrecían a cualquiera que pasara. Debajo de otro, que da a Capital, laburaban las prostitutas y las propétides, un grupo de travestis. Levantaban clientes y después los cruzaban a este lado para traerlos al Unanué, un hotel alojamiento que está en la calle del mismo nombre, en Celina, muy cerca de ahí. La policía no iba nunca. Además, no se sabía quién tenía jurisdicción, si la Federal o la Bonaerense. En el túnel chico que mencioné antes, fue donde mataron a Lombriz. Le pegaron tanto que una parte de su cerebro quedó esparcida en el suelo.

Al día siguiente fui con el cabezón Adrián a la esquina de Barros Pasos y Giribone, donde paraban los amigos de Lombriz, que eran como veinte, porque queríamos conocer más detalles de lo que había pasado, pero, sobre todo, para saber si efectivamente venía la guerra, como ya se comentaba en todos lados. Ellos eran mucho más grandes que nosotros, que teníamos apenas quince y dieciséis años, y eran todos chorros y bastante pesados. Nosotros ya habíamos ido varias veces, porque nos llevaba un primo que vivía en la casa de Adrián, al que le decían Toqui, que era de la banda. Nos trataban con respeto y siempre nos daban consejos. Muchos habían sido alumnos de mi vieja, que fue maestra en Villa Celina durante muchos años, y me conocían desde que era chiquito. Ese día estaban casi todos borrachos, sobre todo Capucha, que era uno de los líderes. Cuando vio que llegaba, me dijo:

?Eh, guachín, hijo de la maestra, vení, ¿alguna vez te patearon la cabeza?

?No.

?Bueno, entonces musarela y atenti al chamuyo porque a mí posta que sí, cuarta locura, me clavaron la croqueta con una bolea y un saque de puntín.

Toqui y el cabezón Adrián se acercaron para escuchar.

?Vengan capitos ?les dijo Capucha?, que les voy a batir bien cómo es la sanata.

Para acordarme de ellos inventé un método. Por ejemplo, si quiero ver a Capucha, pienso en Toqui, y enseguida aparece él, asociado. Pero si quiero acordarme de Capucha directamente no puedo. Con el cabezón es algo parecido. Para verlo, pienso en su hermano Amadito. Entonces aparece Adrián.

?Fui a Mataderos a ver a Chicago y a la salida de la cancha me agarré a piñas con un chaboncito muy limado. Había ido con unos pibes de Piedrabuena que eran una banda. ¡Qué viajados que eran esos guachos! No sabés, loco. Bueno, la cosa es que el chaboncito era uno de ellos y no sé qué mierda pasó, si nos dijimos algo o nos miramos mal, y bue. Yo todavía era un títi resano ?me miró fijo a los ojos?, así como vos, era el más gil en esa cucha de larvas. Pero bueno, capo, con el tiempo te tenés que curtir, es así, no te queda otra, y vení sentate que no muerdo.

Me senté y tomé un trago de cerveza.

?Eeesaaa, ta media caliente, eh, pero hace muy bien. ¿Qué te decía? ¡Ah! Que fue a la salida de la cancha. De una que estaba julepeado, mirá, para qué te voy a mentir, el chabón medía como dos metros, pero ojito que el cagazo nunca mee..., nunca mee..., cómo es esa palabra, ¿cómo era?, in ? pidió.

?Impidió.

?Eso, im - pidió, nunca me im - pidió ser valiente, eh, ni meterme en la grasa de la gorda, loco, qué te pasa, que yo tengo unas pelotas así de grandes, jajá, a mí nadie me regaló nada, manú, así que ahí estaba para poner el pecho como debe ser...

La voz de Capucha era tan ronca que cuando hablaba se podía escuchar a más de una cuadra de distancia. Varias veces pude oírlo a la noche desde mi casa, y eso que queda a dos cuadras de donde paraban ellos.

?...a ver, qué onda, perá que me olvidé, ah sí, ya está, el guachaje y mucho fumanchero quemando churros, no había yutas ni bomberos ni los monos esos de la seguridad, y era una tarde a la salida de la cancha, ¿eso ya lo dije?, encerrado en un círculo de pendejos re salvajes que te escupían, te cantaban, te apuraban todos vaaamoos raatas caretonas putas del oooortoo, que puteó a tu vieja, que hacete valer, que dale pedazo de puto andá y rompele bien la boca a ese salame, y vamos, gritaban vamos todos con Capucha, vamos con el chaboncito, pero vamos de una vez y dense masa, y entonces nosotros empezamos a zarparla como todos pedían, no sé si con ganas o sin ganas, pero ya estábamos hasta las manos y piña va, piña viene, me tiró un roscazo y lo esquivé y le quise patear los huevos pero seguro que le erré y le habré dado a la pierna porque el gato no se doblaba, y uno y dos y agarrame ésta y agarrámela vos, papa, que no, que sí, y dale que te re cabe, ortiba, vení, rescatate y agarramelá y de paso sobala, vas a ver cómo te desarreglo la boca y cobrás para todo el viaje, y en eso nos fuimos encima con toda la fuerza y yo pensé que lo tenía, eh, que le comía la cara, pero qué cagada un empujón me agarró mal parado y una pierna se enroscó con la otra y así fui cayendo a la concha de la lora mientras las trompadas seguían y seguían hasta que al final se me repudrió y caí al piso, y aunque quise levantarme enseguida no pude porque sentí un cosquilleo acá atrás que me dio sueño, acá, mirá, ¿ves?, tocá, ves cómo tengo.

?Sí, tenés como un chichón.

?Tuve suerte porque me la dio en la parte dura, porque no sé si sabés que la cabeza tiene una parte dura y una parte blanda.

?No.

?Sí, tiene una parte blanda. Ahí le patearon la cabeza a Lombriz y por eso se murió. Pero nosotros lo vamos a vengar. ¡¿O no es así?! ?preguntó gritando a los demás.

?Sí ?dijeron todos?, hay que vengar a Lombriz.

Inmediatamente se levantaron los brazos y aparecieron armas, cuchillos y revólveres, que apuntaban al cielo. Yo no sabía qué hacer. Supongo que, por inercia y por la fascinación que ese ritual me despertaba, también levanté el brazo, aunque mi mano estaba vacía, no empuñaba nada.

En esa vereda había un montón de caras pero se están borrando. Ahora cierro los ojos y las veo pero se están borrando, son días que se vuelven grises como el humo, a veces negro como el humo de las gomas quemadas, son días imposibles, escondidos debajo de todas estas cosas que se me ocurren, tapados como la última esquina por los puentes de las avenidas.

?¡Hay que vengar a Lombriz!

En los días siguientes todo el mundo hablaría de la guerra, no habría otro tema de conversación en los almacenes, en la panadería, en el correo.

?Esto es tierra de nadie ?decían algunos vecinos?, conviene reforzar puertas y ventanas. ?Parece que Madero se alió con Lugano ?especulaban otros?, y que Tapiales y Aldo Bonzi van a luchar para Celina.

?Seguro va a ser una masacre ?se ponían de acuerdo?. No hay que andar mucho por la calle.

Mientras tanto, las pandillas no paraban de reclutar gente para la pelea, que ya tenía fecha: el sábado a la noche.

A medida que el tiempo pasaba, la ansiedad crecía y el clima se tornaba cada vez más tenso. Esperábamos. La inquietud generalizada provocaba espejismos en las callecitas y varias veces se oyeron gritos de alarma desde las terrazas.

?¡Ahí vienen!

Pero los avisos siempre eran falsos. Vivíamos prácticamente en estado de alucinación. Cada minuto renovaba el miedo y lo hacía crecer, como ahora crece Villa Celina mientras oigo y veo estas cosas de antes. Crece como un monstruo y devora la casa de mis padres. Crece a la noche y recorta el cielo y camina. Crece y después se achica. Es un monstruo plástico. Se mete en los agujeros de los cordones y se arrastra por los túneles, entre los cuerpos de las ratas y las moscas muertas de veranos anteriores. Escribo y ella crece y yo no existo. Crece y me sepulta en la negrura de tanta espera y tanto enredo, que ya no sé si es de antes, de ahora o de cuándo.

?¡Venganza!

Pero ahí vienen. Vienen y hablo en el patio con macetas, en el patio con baldosas rojas y amarillas, en el patio con los juguetes y las piernas de mis abuelos. Ahí vienen y el monstruo plástico vuelve a su noche. Crece. Vienen. Se achica. Las alucinaciones se levantan del subsuelo y mi lengua repta en la boca entre los dientes y sisea, Celina suburbio, en la zanja podrida y aceitosa y suena, musiquita de este cuarto, una melodía de compases feroces como disparos.

Faltaba poco.

El sábado, las bandas de Celina con Capucha a la cabeza, colmaron la capilla del Sagrado Corazón mientras celebraban la misa de las siete de la tarde. Habían ido a rezar por la victoria.

El cabezón Adrián vino a avisarme y rápido fuimos corriendo a la Parroquia para ver qué pasaba. Cuando llegamos, el padre Severino estaba leyendo:

?¡Ah, qué Día! Porque está cerca el Día del Señor, y viene del Devastador como una devastación. ¿No ha sido retirado el alimento de nuestros ojos, y también el gozo y la alegría, de la Casa de nuestro Dios? ¡Pero ya no más, queridos hijos de Dios mi padre porque el gran Día se acerca!

Capucha se puso de pie y lo interrumpió gritando:

?¡De una que se acerca! ¡Por Lombriz que está en el cielo!

?¡Por Lombriz! ?gritaron los demás.

?Por favor, se pueden sentar ?pidió el cura.

?Disculpe, jefe ?respondió Capucha.

En la capilla no entraba un alma. Adrián y yo nos metimos por una puerta del costado, que da al patio de la Iglesia, pero avanzamos apenas un metro o dos. Quedamos contra la pared, abajo de la cruz grande.

?¡Tiemblen todos los habitantes del país ?siguió Severino?, porque llega el Día del Señor, porque está cerca! ¡Día de tinieblas y oscuridad, día nublado y de sombríos nubarrones! Como la aurora que se extiende sobre las montañas, avanza un pueblo numeroso y fuerte como no hubo jamás, ni lo habrá después de él, hasta en las generaciones más lejanas. Delante de él, el fuego devora, detrás de él, la llama consume.

?¡Le vamo a quemá todo lo rancho! ?gritó Toqui, y los demás aplaudieron.

?Silencio, por favor ?pidió Severino.

?¡Silencio! ?repitió Capucha.

?El país ?dijo Severino? es como un jardín de Edén delante de él, detrás de él, un desierto desolado. ¡Nada se le escapa!

?¡Cinco por uno, no va a escapar ninguno! ¡Cinco por uno... ?empezaron a cantar.

?Su aspecto es como el de los caballos ?siguió Severino, ya resignado?, se abalanzan como corceles: como un estrépito de carros de guerra que saltan sobre la cima de los montes; como el crepitar de la llama ardiente que devora la hojarasca; como un pueblo fuerte en orden de batalla. Ante él, los pueblos se estremecen, se crispan todos los rostros. ¡Ante él, la tierra tiembla, los cielos se conmueven, el sol y la luna se ensombrecen, las estrellas pierden su brillo! El Señor hace oír su voz al frente de sus tropas: ¡qué numerosos son sus batallones, qué poderoso el que ejecuta su palabra! Porque el Día del Señor es grande y terrible: ¿Quién podrá aguantarlo?

?¡Aguante Celina! ?interrumpió Capucha otra vez:

?¡Aguante Celina! ?repitieron los demás.

Todos se pusieron de pie y salieron de la capilla.

Algunos disparaban al aire, mientras todos seguían gritando:

?¡Aguante Villa Celina!

En la calle Olavarría estaba mi viejo, que había venido a buscarme.

?Vengan, que esto va ser un desastre ?dijo, y nos obligó a volver.

Ese día, desde la tarde, bajaron las persianas de los negocios y las calles estuvieron prácticamente desiertas. El rumor de la pelea había corrido tanto por los barrios de La Matanza que los choferes de las líneas 86, 56 y 97, advertidos, desviaron sus recorridos y en vez de ir por la ruta habitual al costado de la Richieri, ahora salían del barrio por Chilavert.

Cuando llegamos a casa, mi vieja estaba con un ataque de nervios y casi me mata por haber salido a la calle. A partir de ese momento, no se despegó de mi lado durante toda la noche, vigilando que no me escapara. Las llaves estaban escondidas.

Durante horas escuchamos tiros, gritos y el ruido de los piedrazos que daban contra los vidrios y las puertas. La batalla principal fue en la última esquina, aunque hubo corridas y peleas en casi todo el barrio.

Poco a poco, entre las tres y las cuatro de la mañana, la noche empezó a calmarse. La lucha había terminado por un hecho insólito, que supimos al día siguiente.

En la última esquina, un montón de perros callejeros, que siempre estaban dando vueltas por ahí, buscando comida en los basurales cerca de los túneles, empezaron a atacar a la gente, excitados por la furia de la pelea. Dicen que cuando los primeros animales embistieron contra las bandas, inmediatamente aparecieron más, desde ambas villas, entonados por el griterío y la violencia. Mordían a diestra y siniestra con una ferocidad inédita. Enseguida cundió el pánico, en parte por el salvajismo de los perros, pero también por la superstición de las personas que estaban cerca, que vieron en los animales verdaderas imágenes de terror. Cuesta imaginarlo, pero no dudo que la escena habrá sido dantesca: gente y perros en la basura y en la boca de los túneles, corriendo frenéticamente entre la oscuridad y los rayos de la luna que se filtrarían por las separaciones de los puentes, para que su luz abrillantara todavía más los ojos desorbitados y los dientes de la jauría.

Al día siguiente, la salita de Urquiza estuvo repleta de heridos, muchos de ellos por mordeduras en las piernas y en los brazos. Debido a la falta de insumos sólo una parte recibió las vacunas necesarias: antirrábica y antitetánica. Al resto lo derivaron al Piñeiro y al Santojanni. Les firmaron órdenes y les pidieron que viajen por su cuenta. Pero muchos finalmente no fueron, un poco por vagancia, un poco por miedo a salir del barrio y encontrarse emboscados por enemigos en el viaje en colectivo o en el mismo Hospital.

Primero aparece la fiebre, una fiebre baja, y el dolor en la mordedura se hace más intenso. Después se hace difícil comer, pero sobre todo beber, porque los líquidos producen espasmos en la laringe. Cuando la enfermedad avanza, se siente inquietud, excitación, contracciones musculares y hormigueos. Una parte del cuerpo pierde sensibilidad. La boca babea. El estrés aumenta. La tensión se hace más fuerte y llegan las convulsiones.

Si la vacuna se aplica dentro de las primeras cuarenta y ocho horas, la persona generalmente se salva, pero una vez que aparecen los síntomas, muy pocos sobreviven. La muerte por insuficiencia respiratoria ocurre dentro de los siete días.

Una semana después de la pelea, el noticiero de la radio más importante de San Justo anunció:

"Brote de rabia en La Matanza".

Nunca se supo bien cuántos murieron. Nosotros sabemos, con seguridad, de cinco. Uno de ellos fue Toqui, el primo de Adrián, que agonizó en el Piñeiro hasta morir el 20 de Junio de 1987.

 

Juan Diego Incardona


 

 

(*)Villa Celina se encuentra en el sudoeste del Conurbano Bonaerense, en el partido de La Matanza. Aislada entre las avenidas General Paz y Richieri, tiene ritmo pueblerino y aspecto fantasmagórico. Barrio peronista como toda La Matanza, su vida social gira en torno a los clubes, la Sociedad de Fomento, la Parroquia Sagrado Corazón y las escuelas del estado. Debe su nombre a Doña Celina, señora que poseía gran parte de los terrenos que hoy conforman el barrio. A mediados del siglo XX, Villa Celina fue poblada por españoles e inmigrantes del sur de Italia, como mis abuelos José y Lucía, Juanita, la almacenera, o Antoña, su cuñada. Las primeras casas fueron construidas por los mismos inmigrantes, edificaciones generalmente bajas, con fachadas provistas de una puerta y dos ventanas, una en la pared exterior sobre la vereda, otra dentro del habitual porche. Con el tiempo, se construyeron barrios de monoblocks obreros o militares en sus zonas periféricas, como el Barrio General Paz, el Barrio Richieri, los edificios Estrellas o los bajitos de tres pisos que están cerca del Mercado Central, fondo mítico donde aún se conserva La Chacra de los Tapiales, construcción colonial declarada Monumento Histórico Nacional en 1942. En las últimas dos décadas, el barrio recibió grandes oleadas de personas de origen boliviano, lo que ha generado que un sector de Celina sea denominado ?Pequeña Cochabamba?. En su centro geográfico, frente a la escuela 137, se encuentra el famoso Tanque de Celina, de estructura tubular y bastante alto, con escalera caracol en su interior. Desde sus elevadas tejas se domina toda la zona y hasta pueden verse otros barrios que pertenecen a Celina, como el Barrio Urquiza, Las Achiras y el Barrio Sarmiento, además de los vecinos Madero, Tapiales y Lugano. En mi infancia y adolescencia, durante la década del 70 y el 80, aún perduraban grandes extensiones de campo y potreros (hoy esos terrenos prácticamente han desaparecido) que propiciaban la aventura y el juego infantil en toda su dimensión. Quienes crecimos en Celina, hemos jugado en el campito hasta la oscuridad total y las nubes de mosquitos en la cabeza. Sus jóvenes frecuentan las esquinas, siempre con botellas de cerveza Quilmes en la mano y marihuana, a veces con una guitarra, a veces con una pelota de fútbol para el partido nocturno sobre la calle. Es un barrio de fierreros (hay uno o dos talleres mecánicos por cuadra) y de músicos. Tango y rock and roll siempre presentes, ahora también cumbia. Sus bandas siempre fueron numerosas, algunas conocidas como Viejas Locas (Piedrabuena y Celina), Callejeros y Villanos. En sus noches se percibe una fina niebla, iluminada parcialmente por los viejos faroles del alumbrado, se escuchan ladridos de perros (que abundan), tiros lejanos y muy cercanos, y una especie de rumor difícil de clasificar que interrumpe frecuentemente el diálogo en las veredas, quizás una especie de pasado, un sonido de pasado, un gol de Tino en el campito mezclado con la risa de los pibes del grupo ?Perseverancia? y las puteadas de Carlitos el borracho.

 

 

 
 
el interpretador acerca del autor
 
               

Juan Diego Incardona

Villa Celina, 1971.

Publicaciones en el interpretador:

Número 2: mayo 2004 - Eyeston (narrativa)

Número 3: junio 2004 - Super Dios (narrativa)

Número 4: julio 2004 - Maldita Ley Interpretación acerca del artículo 194 del Código Penal en relación a los cortes de ruta y la criminalización de la protesta en Argentina (ensayo en colaboración con María Cecilia Incardona)

Número 4: julio 2004 - La voz de la señora Chamberlain (narrativa)

Número 5: agosto 2004 - El estanque de agua inmutable (narrativa)

Número 5: agosto 2004 - Beth o La lucha por la casa Acerca de La furia y otros cuentos (1959) de Silvina Ocampo (ensayo)

Número 6: septiembre 2004 - Bartleby, el oxímoron Ensayo sobre Bartleby, el escribiente (1856) de Herman Melville.

Número 6: septiembre 2004 - Canción para muertos (narrativa)

Número 7: octubre 2004 - Internet (narrativa)

Número 9: diciembre 2004 - Ampere -1- (narrativa)

Número 10: enero 2005 - Ampere -2- (narrativa)

Número 11: febrero 2005 - Ampere -3- (narrativa)

Número 12: marzo 2005 - Ampere -4- (narrativa)

Número 13: abril 2005 - Ampere -5- (narrativa)

Número 14: mayo 2005 - Ampere -6- (narrativa)

Número 15: junio 2005 - Villa Celina -1-: "Los reyes magos peronistas" (aguafuertes)

Número 15: junio 2005 - Ampere -7- (narrativa)

Número 16: julio 2005 - Ampere -8- (narrativa)

Número 17: agosto 2005 - Villa Celina -2-: "El hombre gato" (aguafuertes)

Número 17: agosto 2005 - Ampere -9- (narrativa)

Número 18: septiembre 2005 - Ampere -10- (narrativa)

Número 18: septiembre 2005 - Villa Celina -3-: "El ahorcado" (aguafuertes)

Número 19: octubre 2005 - La gargantilla (aguafuertes)

Número 19: octubre 2005 - Ampere -11- (narrativa)

Número 20: noviembre 2005 - La música rota (narrativa)

Número 20: noviembre 2005- Villa Celina -4-: "El hijo de la maestra" (aguafuertes)

Número 21: diciembre 2005- Villa Celina -5-: "El ataque a Villa Celina" (aguafuertes)

Número 22: enero 2006- Villa Celina -6-: "El malasuerte" (aguafuertes)

Número 23: febrero 2006- "Electrofilia" (narrativa)

Número 23: febrero 2006- Villa Celina -7-: "Bichitos colorados" (aguafuertes)

Número 24: marzo 2006- Villa Celina -8-: "El canon de Pachelbel o La chinela de Don Juan" (aguafuertes)

Número 25: abril 2006- Villa Celina -9-: "La culebrilla" (aguafuertes)

Número 25: abril 2006- industria nacional (narrativa)

 
   
   
 
 
 
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Imágenes de ilustración:

Margen inferior: Foto del Tanque de Villa Celina.