el interpretador dossier

 

¿Quién es esa chica?

Elsa Kalish

 

 

 

 

Una vez 
le hice el amor
a una drácula con  tacones:
era un pop  violento que guió
el gran estilo  siniestro.
Ella fue por esa vez
mi héroe vivo.
¡Bah! Fue mi único héroe
en este lío.
La más linda del amor
que un tonto ha visto soñar.
La más hermosa  niña del mundo
puede dar sólo lo  que tiene para dar.
Música para  pastillas (¡rápido!)
y mucha cuchillería.

Hace unos días, charlando por msn, con una amiga, no sé cómo, comento, no sé a razón de qué, algo referido a Evita. Entonces, ella, me pregunta: y a vos ¿qué opinión te merece la rubia oxigenada? Me quedé pensando, con los dedos suspendidos sobre el teclado, buscando, con la mirada, en el local del ciber, qué responder. No sé, le respondí, para mi Evita es, básicamente, un personaje literario (1), que aparece en alguno de los momentos más felices de la literatura argentina del siglo XX. Para mí Evita es eso: Copi, Walsh, Viñas, Perlongher, Leónidas Lamborghini, Onetti, Borges, Barón Biza, María Elena Walsh, Soriano, Gelman. Eso. Literatura argentina. Sexo y traición en...

Una vulgar noche de sábado acabó contigo. Moriste de manera estúpida y violenta, y ya no tuviste los medios para defender tu vida.

Tu huída a la seguridad fue un breve respiro. Me llevaste a tu escondite como un amuleto de la buena suerte. Te fallé como talismán; por eso, ahora me presento como tu testigo.

Tu muerte define mi vida. Quiero encontrar el amor que nunca tuvimos y explicarlo en tu nombre.

Quiero hacer públicos tus secretos. Quiero borrar la distancia que nos separa.

Quiero darte aliento.

Claro que también, Evita, es Madonna. Pero no la de la peli de Alan Parker (2) (que se rumoreó, en su momento, que Madona tuvo que acostarse con Menem para que éste le prestara el balcón de la Rosada para filmar algunas escenas – y nuevamente sexo y traición en...), sino la de los 80, la que cantaba Quién es esta chica/ guiu ser gerls/ muchacha masculina...Esa mujer, la reventada, la que interpreta en el Parakultural, con adaptación de Enrique Symns, una versión teatral del cuento de Néstor Perlongher, Evita Vive. Pieza teatral que es acompañada con música de Patricio rey y sus redonditos de Ricota y que lo tiene a Fito Páez interpretando el papel de Jimmy, el marinero negro y porongudo (que mientras se hace chupar la pija por Madonna-Evita, canta, no te enamores nunca/ no te enamores nunca/ de ese marinero bengalí) y a Fernando Noy en el papel del que narra la historia.

Engañaste a la gente. Te entregaste en pequeñas dosis y te reinventaste a voluntad. Tus movimientos reservados anularon los medios para marcar tu muerte con la venganza.

Creí conocerte. Viví mi odio infantil como un conocimiento íntimo. Nunca te lloré. Agredí tu recuerdo.

Tú exhibiste una rectitud espartana. Los sábados por la noche, la olvidabas. Tus breves reconciliaciones te condujeron al caos.

No quiero definirte así. No quiero revelar tus secretos de una manera tan vulgar. Quiero saber dónde enterraste tu amor.

 

Y ahí, justo ahí, ahora, mientras escribo, Evita, se me presenta como el doble maldito de la Nené de Boquitas Pintadas. Es que ese otro gran personaje de la literatura argentina, Nené –¿acaso, nuestra Madame Bovary?—, lo percibo, como el otro y único destino posible de Eva si sólo hubiera sido atravesada por el sexo y traición en... pero sin haber sido, a la vez, imaginada de forma oblicua por la literatura argentina y realidad política. ¡¡¡Qué duda cabe que si Eva Duarte no se hubiera travestido de Eva Perón se hubiera casado con Donato José Massa y éste echado al incinerador, luego de su deceso, un 15 de septiembre de 1968, la correspondencia que mantuvo con Juan Carlos Etchepare!!! Es que, a Evita y Nené, las veo como las dos caras de una misma moneda, como cara y cruz del azar de un destino que se repele y se complementa, que se busca y rechaza, pero que se necesitan mutuamente para darle realidad una a la otra y viceversa. Porque, como puede leerse, en las paginas de un viejo libro descuajeringado y todo marcado por mí, del Centro Editor de América Latina, la intención inconsciente de cada mujer es parecerse a una monja, porque le han dicho que eso no sólo es decente, sino virtuoso. Poco parecido hay entre una y otra, sino el que ninguna hace lo que debe. Cuando alguna ostenta por reacción su impudor o liberalidad, se destaca tan neta de las demás que acentúa precisamente la abismal distancia que hay entre la excepción de la mujer que se da y la norma de las que no se dejan tocar con la mirada siquiera. Ellas trabajan, pobrecitas, para lucimiento de las otras.

 

Tú eras un fantasma. Te encontré en las sombras y tendí las manos hacia ti de muchas y terribles maneras. Tú no me censuraste. Soportaste mis ataques y dejaste que me castigara a mí mismo.

Tú me hiciste. Tú me formaste. Me diste una presencia fantasmal que brutalizar. Nunca me pregunté cómo rondabas fantasmagóricamente a los demás. Nunca me cuestioné el que poseyera tu espíritu.

No quería compartir mi derecho sobre ti. Te rehice de manera depravada y te encerré bajo llave donde otros no pudieran tocarte. No sabía que el simple egoísmo invalidaba todas mis exigencias sobre ti.

Vives fuera de mí. Vives en los pensamientos enterrados de desconocidos. Vives mediante tu fuerza de voluntad para esconderte y fingir. Vives gracias a tu fuerza de voluntad para evitarme.

Estoy decidido a encontrarte. Sé que no puedo hacerlo solo. 

Es probable, que para mí, Evita sea siempre, apenas, dos textos, más allá de el misterio de su muerte, y del teatro, en el cual, una y otra vez, se reinventa, a partir de un original que se a perdido irremediablemente, para travestirse de ella misma, y así, alzarse desnuda como frescas altas olas de cólera, miedo y frustrado amor interpretando una Evita, igual y diferente, cada vez, en cada nueva ficción. Para mí Evita es, fundamentalmente, Eva Perón de Copi y Esa Mujer de Walsh.

Eva Perón no puedo evitar leerla sin escuchar la voz de La Mega –la travesti de Fernando Peña, una de las múltiples voces o personajes o vidas paralelas que habitan en él— travestida de “la” Eva de Copi y a Moria Casan –probablemente, el travesti más logrado, que haya conocido jamás, la Argentina— interpretado el papel de su madre (3). ¿Podría ser de otra forma, podría ser otra cosa que un traba, Evita, después de haber escuchado al Coronel decirle a Walsh estas palabras, ¡La enterré parada, como Facundo, porque era un macho!? Pero esta pequeña pieza teatral, delirante y desaforada, de Copi, que se puede leer como un tratado sobre las relaciones entre madres e hijas –¡¡¡quién alguna vez no fue la Eva Perón de Copi frente a su propia madre!!!, ¡¡¡qué madre no a devenido nunca la madre de la Evita de Copi frente a sus hijos!!!—, me hace suponer una secreta forma del tiempo, un dibujo de líneas que se repiten, y que me lleva a pensar, en otro texto, como su precursor velado que le dona su fuerza, Tema del traidor y del héroe, de Borges. Para mí la Evita de Copi, más allá de sus voces travestis, no es otra cosa que una reescritura bufa y maravillosa del joven, del heroico, del bello, del asesinado Fergus Kilpatrick, cuyo sepulcro fue misteriosamente violado, cuyo nombre ilustra los versos de Browning y de Hugo, cuya estatua preside un cerro gris entre ciénagas rojas. 

En cambio, el cuento, Esa mujer, de Rodolfo Walsh, lo veo, sí, lo veo, porque es un texto que se ve más que leer, con la economía matemática de un relato borgeano. Al texto no le falta ni le sobra una palabra, es perfecto, como La ruinas circulares, como Continuidad de los parques. Perfecto. Si uno les sacara una coma, una sola palabra, a estos cuentos, se desmoronarían. Pero su argumento esta muy lejos de un cuento de Borges (4). Su argumento, al igual que en el texto de Copi, es desaforado, cruel, absurdo, y las voces del relato se enroscan en un delirio brutal, que me gustaría mentirme, que eso sólo es posible en la literatura, mientras bebo con coraje, con exasperación, con grandes y altas ideas que refluyen sobre él como grandes y altas olas contra un peñasco, lo dejan intocado y seco, recortado y negro, rojo y plata. Pero ahí está el texto, lo veo ahora, lo escucho. Están Walsh y el Coronel, sentados, en unos sillones de un comedor de un décimo piso, bebiendo whisky, y yo los veo charlar. Escucho sus voces. El tema que los ha reunido no es ninguna forma concebible de amor. Es una muerta. Un lugar en el mapa. Apenas una fantasía: la clase de fantasía perversa que algunos sospechan que podría ocurrírseme, lo escucho pensar a Walsh, mientras lo observo, entrevistándose con el Coronel. Y lo que yo, desde un gran ventanal donde se puede apreciar toda la ciudad al atardecer, veo, escucho, en ese diálogo, de dos hombres, que hablan, de una mujer, de un cadáver, que los obsesiona y que imaginan que si pudieran decir es mía... esa mujer es mía, y eso fuera cierto, ya no se sentirían como una arrastrada, amarga, olvidada sombra, y lo que yo escucho ahí, justo ahí, es el delirio proliferante de los personajes arlteanos, intoxicados de sexo y traición, de política y locura. De Erdosain. De los personajes de sus cuentos, de Ester Primavera, de Noche terrible, de El jorobadito, de Escritor fracasado. Y ahora lo veo, a Walsh, retirarse, derrotado, del departamento del Coronel. Vuelve a su casa, se sirve un whisky, se sienta a la mesa, pone una hoja en la maquina de escribir, enciende un cigarrillo, pita, con fuerza, cansado, perdido, con asco, la boca podrida, de tanta farsa, y escribe:

 

Esa mujer se parecía a la palabra nunca,

desde la nuca le subía un encanto particular,   

una especie de olvido donde guardar los ojos,

esa mujer se me instalaba en el costado izquierdo.

 

Atención atención yo gritaba atención

pero ella invadía como el amor, como la noche,

las ultimas señales que hice para el otoño

se acostaron tranquilas bajo el oleaje de sus manos.

 

Dentro de mí estallaron ruidos secos,

caían a pedazos la furia, la tristeza,

la señora llovía dulcemente

sobre mis huesos parados en la soledad.

 

Cuando se fue yo tiritaba como un condenado,

con un cuchillo brusco me maté,

voy a pasar toda la muerte tendido con su nombre,

él moverá mi boca por la última vez.

 

Ahora estoy contigo. Huyes, te escondes y te encuentro. Tus secretos no estaban seguros conmigo. Te has ganado mi devoción. El precio que has pagado ha sido verte expuesta públicamente.

Te he robado la tumba. Te he revelado. Te he mostrado en momentos vergonzosos. He aprendido cosas de ti. Todo lo que he aprendido ha hecho que te ame más profundamente.

Aprenderé más cosas. Seguiré tus pasos e invadiré tu tiempo perdido. Dejaré al desnudo tus mentiras. Reescribiré tu historia y mientras tus viejos secretos estallan revisaré mis juicios. Lo justificaré todo en nombre de la vida obsesiva que me diste.

No oigo tu voz. Te huelo y percibo tu aliento. Te siento. Te rozas contra mí. Te has ido y quiero más de ti.

 

Elsa Kalish

 

  

NOTAS

(1)

Porque al realismo del relato lo precede la invención de la vida. Para que alguien pueda contar una aventura, antes tiene que haberla inventado, por ejemplo viviéndola. Aquí también hay una inclusión: dentro del realismo, la invención (...) esta inclusión esta siempre vinculada al tiempo: dentro del realismo de lo que pasa, está la invención de lo que pasó.

 

(2)

La Madona  que interpreta Evita, en la película de Parker, se parece menos a Madona que a Evita. Madona en esa película se parece poco y nada a la Reina glamorosa y sexy del pop. Y es justamente por eso, que más allá que la película terminara siendo un mamarracho, Madona, logra captar algo elemental de la esencia perversa del imaginario libidinal de Eva. Ya que recuerdo a Dalmíro Saenz contando por radio, en el programa del Rafa Henandez, Piso 93, un domingo, de alguna noche de principios de los 90, algo así: todos cuando éramos chicos estabamos enamorados de Evita, a todos nos parecía hermosa, pero fijate vos, a ninguno se le hubiera ocurrido hacerse una paja con ella. Madona logra interpretar una Evita verosímil, creíble, no porque estuviera respaldada por un buen guión ni una buena dirección ni nada, sino, porque logra mostrarse, como la otra, como esa mujer, como la que imaginaba el adolescente Dalmiro Saenz de los años 40, como un objeto de deseo sin sexo o como un objeto de deseo que solo podría eyacular sus fantasías a condición de profanar la prohibición del incesto.     

 

(3)

Leo, releo lo que escribí, y al llegar a este punto del texto, me imagino, por un momento, que soy el viejo zar de la televisión argentina, Alejandro Romay, y que voy a producir la pieza teatral de Copi, en un teatro de la calle Corrientes. La Mega en el papel de Evita y de Moria Casán en el de su madre, considero que es una decisión acertada. Pero sigo adelante y evalúo otras opciones. Todos travestis, o no, pero que manejan el arte del travestismo a la perfección. Barajo nombres. Las vedettes: Silvia Suller y Luciana Salazar; los actores: Alejandro Urdapilleta, quizá, y Antonio Gasalla, sin duda; la modelo: Dolores Barreiro; la senadora: Cristina Fernández de Kirchner; y la directora del diario Clarín: Ernestina Herrera de Noble. En esta constelación de nombres, yo, por un momento, devenida Alejandro Romay, veo a posibles figuras que podrían interpretar muy bien la pieza de teatro Eva Perón. A las primeras que descarto del elenco son a Dolores Barreiro y a Luciana Salazar, dos travestis jóvenes, que aun arrastran restos de femeneidad, que le resta fuerza y erotismo a sus esfinges, convirtiéndolas en monstruos híbridos, llenas de colágeno y afeites y siliconas y baya uno a saber qué más, porque si bien podrían cautivar a una platea masculina, ser la envidia inconfesable de la platea femenina y mediaticamente marketinera la obra interpretada por ellas, les falta cinco centavos para el peso aun. En cambio, veo, como una opción, arriesgada y provocadora, imposible y genial, a Cristina Fernández de Kirchner en el papel de Evita, quejándose: Mierda. ¿Dónde esta mi vestido presidencial?, y a Ernestina Herrera de Noble exigiéndole a su hija que le revele la clave de las cajas de seguridad que posee en Suiza; pero también, en esta puesta, veo, en el elenco, a Alejandro Urdapilleta en el papel de Ibiza tramando en complicidad con Evita-Cristina la farsa de la historia borgeana que reescribe Copi, a Antonio Gasalla travestido de ese Perón fantasmal y abatido por las migrañas, y a Silvia Suller descollando en el papel de la enfermera que asiste a la señora.

 

(4)

El cuento de Walsh, también, podría ser leído como una de las historias más logradas, más perversas, más degeneradas, más horripilantes que pudo haber imaginado la pluma endemoniada de romanticismo necrofílico de Edgar Allan Poe. Y claro, también, podría ser leída esta obra maestra de la literatura de terror de todos los tiempos como el capítulo inicial de una novela que ha dejado inconclusa Stephen King –el mismo que a dado vida a  monstruos ya clásicos, como esa suerte de alter ego del payaso Ronald Mc Donal´s, It´s (Eso), o la enfermera Misery que martiriza a su amado escritor y lo obliga a escribir para ella (¡¡¡cualquier relación entre hechos o personajes de la vida real de la novela Misery y del cuento Esa mujer es pura coincidencia!!!); o también, podría ser, este cuento, las primeras páginas de una novela de Alberto Laiseca, a la cual, imagino, que él, no solo haría que Walsh y el Coronel la fueran a buscar a Italia y la repatriaran, sino que los obligaría a que la devolvieran a la vida a la inmaculada y virginal momia Evita, y ésta, inevitablemente, se volvería una drácula con tacones que saldría a vampirizar por las noches a sus amados grasitas, sin privarse, antes de chuparle la sangre, de erotizarlos y someterlos a toda clase de románticas sesiones de sadomasoquismo –¡¡¡ya lo dijo el profesor Eusebio Filigranati: el ultimo refugio de los románticos es el sadomasoquismo!!!    

 

 
 
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Elsa Kalish

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