el interpretador poesía

 

Trabajos de amor perdidos

Silvio Mattoni

 

 

 

 

Prólogo

La vieja casa tenía cinco habitaciones; cinco habitaciones amplias de techos altos que entregaban la abertura de sus puertas a la luz del atardecer sobre el patio interior. En esas sombras luminosas y rojizas, todos los días, todas las tardes, cinco mujeres, sentadas en grandes sillones blancos con almohadones verdes y floreados, hablaban hasta que la oscuridad les impedía verse unas a otras. Cada tarde, el crepúsculo elegía sólo a una, una sola mujer hablando hacia las cuatro restantes, sin más orden que algo más que el azar, se turnaban y todas parecían saber de quién era el lugar de las palabras cada tarde.

 

 

1

Una máscara ríe, otra máscara llora.
Mi pelo rojo acaricia mi cuello cuando hablo,
moviendo la cabeza, haciendo gestos, inevitables.
Balanceo las piernas superpuestas, ¿por dónde
puedo empezar? No tuvo final aún, por eso
soy la primera en contar. Como siempre,
la seducción empieza con la muerte, vacía.
En una triste ceremonia de un velorio,
me vio, resplandeciente y oscura, los dos
amábamos la memoria del muerto y la memoria
de todos los muertos en general. Ni una palabra
pudimos regalarnos, la muerte en su ritual
llenó de sal nuestros ojos mirándose y puso
cal muerta en nuestras gargantas mudas, pero
proferimos sonrisas, que fueron recibidas como muecas.
Después, siempre, lo evité cuando pude, a él,
que me atemorizaba con pequeños excesos
en frases o en caricias al pasar, saludos
demasiado furtivos para no tener sentido.
Años de soledad y desvanecimientos tras las máscaras
me dieron un estilo más barroco, fascinada entonces
por él y sus excesos, los borró,
anuló un simulacro de tres años, habló
directamente, con frases desnudas y gélidas,
que cortaban en su carne para mostrar un vacío,
para mostrarme a mí el oscuro vacío de su cuerpo.
Oh, el secreto, todavía no dicho,
de sus representaciones fue anunciado, aunque nunca,
jamás tan claro como su anuncio, podrá develarse.
Así, con una revelación a medias, la segunda
estrategia de su amor hizo el primer movimiento.
Ahora estoy condenada, pero eufórica,
a esperar la tercera, su silencio
es una cadena de acero que me impide
salir de esta casa. Todavía no es deseo,
sino suspenso, la causa de mi sonrisa.

 

 

2

Mis ojos brillan, mis ojos brillaban
también en el momento del encuentro,
ahora temo lo incorpóreo, la desaparición
de aquel encuentro que quiero contarles,
entonces, brillantes y nerviosos pero fijos,
mis ojos sostuvieron su mirada ambigua.
Luego el pudor, como ahora, me dio vuelta la cara
y mis labios, ansiosos sin embargo, crearon
en su silencio un canto aún innato, una emoción
esperando hasta su segunda venida, la parlante,
no ya su cuerpo, sino la grácil apertura
de su boca de rubíes, nido de cuervos, lechuzas
y mirlos para el sonido oscuro de su voz.
Hablé y no me escuchó, sólo su oído
calculaba inciertos espacios de atracciones
verbales, hendiduras y heridas para guardar,
curar, restablecer sus breves frases. Y yo,
perdida en el tumulto de esa tarde, anhelaba
la noche en que mis besos nacerían al mundo.
Ahora, propiamente, pertenezco a esta casa, pero
el azar nos lo dio y es del azar
poder aniquilar los sentidos eróticos
de nuestros cuerpos, espejos de amor,
cuando, ya abiertos, dejen de parecerse.
La tibieza es un fantasma con presagios,
si no certeros, probables de soledad y hastío.
Quisiera sin embargo tomarme hasta el fondo
todo el vaso de fuego que él me ofrece.

 

 

3

Mis manos son las ramas de un árbol seco,
acompañando la desintegración de mis recuerdos.
Todo está limitado, concluido; el principio
es una noche exacta de vino blanco y húmedos
besos; el insomnio fue largo; ahora, les digo,
cuando lo veo mi cuerpo se estremece, tiembla
mi boca semiabierta y las palabras ya no salen.
Ah, el sentido de su crueldad se identifica
con el sentido azul de su dolor. Recuerdo
días enteros en común, la tibieza de nuestras pieles,
cómo jugaban y se mezclaban entre sábanas claras
nuestras piernas al apagar la luz... ¿Cuándo
viajé de la ironía hacia el amor? Sí;
después en esta casa, siempre a punto de irme,
espasmos, cicatrices de mi memoria impiden
un abandono absoluto, saber partir
y andar sin pensamientos, reflejos de su sonrisa
indefinible. Les digo que lloramos y sufrimos
profundos ataques de desesperación, los cuerpos
aún respondían demasiado bien, ellos hablaban
a pesar del mutismo separando nuestros labios.
Soy la historia más larga y la más breve,
la persistencia graba, la intensidad destruye.
Pero ahora, borrados los recelos por meses,
cierto bienestar lánguido se produce al mirarnos
cuando nos saludamos al pasar; sin embargo,
mis manos rígidas ya no pueden tenderse, desplegarse
como alas matinales, el agua de su boca
es del pasado. Él cosechó mi cuerpo,
sólo quedan los restos, mis palabras
son leña seca crujiendo bajo sus pies.

 

 

4

Mi pelo es lacio y preciso cuando el clima
es seco y frío. Él hubiera querido
revolverlo, turbarlo, deshacerlo, pero
sólo hablaba ese invierno, largas noches
buscando interpretar el silencio en mi cara.
Semanas estremecidas desde sus primitivas
digresiones, aforismos de todo tipo, semanas
suspendidas en el aire como espadas, esperando
el desenlace físico de tanto discurso
acerca del amor, un símbolo de agua
que acordamos un día antes del viaje.
Luego la vuelta, la rutina, el espacio
húmedo del año al terminar, ondulando
mis sensaciones, desviando sus abrazos,
intentando esquivar todo contacto. Entonces
dije dos frases, dos frases exactas
sobre los sentimientos invocados, como agujas
suavemente clavadas en su cara, mis frases.
Ya no nos vemos, un ligero temblor
me ataca ante el recuerdo de su voz,
y cuando tomo alcohol, dejándome besar
y aun ansiándolo, me toma por la espalda,
como él dice, murmurando: "un error", en mis oídos.
Casi nunca me pasa; voy desapareciendo; únicamente
vine porque lo estimo, acá descanso
del frío que mi pelo, recién cortado, no necesita más.

 

 

5

Le gustaba que dijera mi apellido, el sonido
polaco que silbaba en mis labios, pero creo
que espiaba más bien mi risa en su pregunta.
Lo elegí, por ser chico, para probar mi boca,
juntando valentía para esa circunstancia
inaugural; él sin embargo temblaba, confundía
el lugar de la cita, me esquivaba, pintaba
en las paredes de su casa mi nombre.
Le gustaban también mis pechos, "el collar
de la paloma
, blanca y pura", les decía;
ya ponía sus frases fuera de lugar; después
mi imagen dio que pensar a su retiro
adolescente, nostálgico del sabor de mis labios.
Yo, abandonada, di lágrimas primerizas
a su capricho, raudamente agotadas; recuerdo
al besarme buscaba una marca, se hundía
en su propia certeza melancólica. Hubo
vueltas frenadas por la mirada excesiva, la duda
todavía nos muerde, empezábamos,
como niños aún, balbuceantes, inquietos,
a formular una sólida pregunta, los dos
necesitábamos palabras y ahora que las tengo
digo: "¿Acaso perdimos por la hora temprana
de nuestra existencias, para siempre,
el único, el gran amor del pálpito perpetuo?"
Diríamos al vernos: "también estas preguntas
las inventamos", un triste mito, un suspiro
como una sílaba polaca mal pronunciada.

 

 

Epílogo

Labios que se abren como un crepúsculo
y que cerrándose dejan caer la noche,
cuando la casa estuvo vacía y el mundo en calma
fue un soplo femenino por el silencio de las voces idas,
en la sexta tarde de rojo sobre el patio.
Quien dice estas palabras no está muerto, aún duerme
lejos, ausente, cansado, la cabeza inclinada
contra oscuras paredes de bibliotecas públicas.
Sueña una vieja casa de su infancia, ocupada
por figuras amantes de las conversaciones, las cinco
combinaciones tienen una causa. Despertándose habla:
"versos que se abren como labios rojos
y que cerrándose dejan morir al hombre".
Luego la casa vacía y la noche estival pusieron
recuerdos ennegrecidos entre su mirada
y la página sola.

 


©Silvio Mattoni

 

 
 
el interpretador acerca del autor
 
                 

Silvio Mattoni

Nació en Córdoba en 1969.

Ha publicado: El bizantino (1994), Tres poemas dramáticos (1995), Sagitario (1998), Canéforas (2000), El país de las larvas (Paradiso, 2001), Hilos (Alción, 2002), El cuenco de Plata (Interzona, 2003).

En 1992 ganó el concurso de poesía "Enrique Pezzoni". Algunos de sus numerosos ensayos integraron el volumen Koré (Beatriz Viterbo, 2000), por el cual recibió un premio del Fondo Nacional de las Artes.

Da clases de Estética en la Universidad de Córdoba.

Ha traducido libros de Catulo, Valéry, Giorgio Agamben, Michaux, Bataille, Francis Ponge y Cesare Pavese, entre otros.

Número 13: mayo 2005 - Oscura noche en vuelo (poesía)

 
   
     
 
 
 
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Prensa: Elsa Kalish
 
 
 
 

Imágenes de ilustración:

Margen inferior: Jacek Malczewski, Death (detalle).