Casa del lago, 1976. Jos� Rosas Ribeyro, Mario Santiago, Cuauht�moc M�ndez y Roberto Bola�o.

el interpretador infrarrealismo

La nueva poes�a
latinoamericana 

(ensayo - 1976)

por Roberto Bola�o

Revista Plural

M�XICO, 1976

Si por panorama general entendemos a una promoci�n emergente de j�venes poetas que vienen a llenar algunos huecos surgidos en el aparato oficial de la literatura latinoamericana, a m� me parece definitivamente mediocre. Ahora que si por panorama general entendemos un movimiento al menos est�ticamente al margen del aparato oficial o un subpanorama �tica y est�ticamente al margen, un estado de �nimo com�n a muchos j�venes, una interpretaci�n transformadora (y esto es m�s contradictorio que el diablo) de una realidad cotidiana sangrienta, en donde es imposible verdaderamente crear sin subvertir, en donde es imposible subvertir sin ser apaleado, en donde es imposible ser apaleado sin adoptar, por el momento aunque s�lo sea visceralmente, posturas de rechazo total a situaciones culturales burguesas (y cualquier postura de rechazo total significa comenzar a experimentar y pensar nuevas formas de acci�n, a intuir nuevas sensaciones), el panorama general se me presenta como el segundo cartucho de dinamita de la poes�a latinoamericana en lo que va de este siglo; el primero fue la vanguardia de los veintes: Huidobro, Vallejo, De Rokha, Oquendo de Amat, C�sar Moro, Maples Arce, Alberto Hidalgo, Borges, Girondo, Mart�n Ad�n, etc�tera. Por un lado escriben los j�venes decentes, los de la cotidianidad de toilette, los caligrafistas, los que buscan un status de escritor. Por el otro est�n los anarquistas, los poetas narrativos y los nuevos l�ricos marxistas, los vagabundos, los que viven poes�a, los que se pasean vestidos de erizos por la cotidianidad peque�oburguesa, a los que les importa un comino el oficio de escritor. Dos l�neas bastante numerosas, bastante heterog�neas. Para aclarar un poco, dentro de la primera tendencia (y decir tendencia es un decir), puedo mencionar a los hijos de Paz, en M�xico; a los hijos de Girri, en Argentina; a los p�simos parrianos, a los peores nerudianos, a los definitivamente perversos rokhianos, en Chile; a los Cobo Borda trepadores (como dir�a Scott Fittzgerald), de Colombia; a los j�venes poetas de la Rep�blica del Este; de Venezuela; a los hijos de Stalin y Westphalen, del Per�; a los exterioristas cat�licos, de Nicaragua, etc�tera. Dentro de la otra tendencia s�lo puedo manejar un hit parade internacional, que agrupar�a gente muchas veces contraria entre s�, pero emparentada en un primer punto: la poes�a ya no como un cub�culo universitario, ya no como un flujo circular de informaci�n, sino como una experiencia viva, lenguaje vivo, autopista de cabellos largos. Me es inevitable mezclar poetas de los que ya no espero nada o casi nada, gente que despu�s de haber dado dos saltos mortales se cay� del trapecio o baj� a recibir su cheque o su beca, o tuvo miedo, o se le acab� la inspiraci�n; qu� se yo; con poetas de los que espero todo o casi todo, tr�nsfugas, iconoclastas, adolescentes, personajes fidel�simos que entran como Pedro en su casa tanto al pa�s de los cronopios como a las redes subterr�neas de Bakunin y Barbarella. Los nombro indistintamente (para su curiosidad y regocijo): Hinostroza, Bruno Montan�, Luis Rogelio Nogueras, Mara Larrosa, Jos� Peguero, Orlando Guill�n, Waldo Rojas, Juli�n G�mez, Jos� Rosas Ribeyro, Enrique Ver�stegui, Mario Santiago, Gonzalo Mill�n, Rub�n Medina, Jos� de Jes�s Sampedro, �scar M�laga, Fernando Nieto Cadena, Jorge Pimentel, Juan Ram�rez Ruiz, Beltr�n Morales, V�ctor Casaus, Cuauth�moc M�ndez, David Malfav�n, Eloy J�uregui, Fanor T�llez, Vladimiro Herrera y Antonio Cisneros. De los uruguayos s�lo conozco mayores de cuarenta. Poeta joven que aparece es asesinado por la dictadura. Ibero Guti�rrez, por ejemplo. De Argetina puedo decir lo mismo que de Uruguay, con la salvedad de que reci�n ahora estoy empezando a leer, gracias a Jorge Alejandro, a algunos poetas de las promociones recientes. Imagino que la urgencia de sobrevivir es mayor casi siempre a la urgencia de escribir poes�a; ya no hablo de difundirla, aunque sea a niveles subterr�neos. Se me vienen muchos nombres a la cabeza: Paco Urondo, a quien todos conocemos, muerto en la guerrilla: Diana Bellesi, a quien s�lo unos pocos conocemos (�d�nde est� Diana nos pregunt� Hinostroza, no s�, le dije ), perdida en esa especie de flipper electr�nico que es el cono sur. Pienso en el gheto de poetas peruanos en el edificio de Georges Mandel en Par�s, llamado tambi�n El Rinc�n de los Bonzos Melenudos. Pienso en los nuevos poetas chilenos (hablo de muchachos que no pasan de los veinti�n a�os) cre�ndose una tradici�n po�tica a partir de sus propios nervios.

Creo una cosa: si bien ahora el panorama general de la nueva poes�a latinoamericana es en un cincuenta por ciento clandestino, dentro de poco tiempo lo ser� en un cien por ciento. En una �poca de crisis, el poeta se lanza a los caminos. De esta inmersi�n obligatoria en mundos nuevos renace la poes�a, la verdadera poes�a, o se va todo al carajo.

Antecedentes de la nueva poes�a

�Santo cielo! si yo me pusiera extremista dir�a que los �nicos antecedentes para muchos de nosotros son una cadena de carnicer�as, una colecci�n de fotos de poetas surrealistas, una monoman�a por las carreteras, nuevamente una cadena de carnicer�as, informaciones enajenadas con el m�todo cut-up, complots experimentales, canciones de rock?n roll (sobre todo Simpat�a por el diablo), Vietnam y la guerrilla, el sexo y los c�mics, muchas nubes negras y veloces. Antecedente quiere decir, m�s o menos, acci�n, dicho o circunstancia que sirve para juzgar algo posterior. Bueno, creo que los antecedentes de los nuevos poetas latinoamericanos no son primordialmente literarios. Ni nacionales. No existen antecedentes puramente nacionales. En el caso concreto de los chilenos nuestras ra�ces no se circunscriben a la herencia que tal o cual generaci�n haya podido darnos. Nuestra posici�n dentro de la joven poes�a chilena es desde todos los puntos de vista opuesta a la de nuestros primos mayores, los chunchulitos del sesenta. No bebemos de Parra ni de Neruda (tampoco caemos en el rid�culo de aquellos que despu�s de haber aplaudido a Parra como el renovador de la poes�a latinoamericana lo acusan ahora de fascista y niegan toda su poes�a. Nosotros creemos que tanto Parra como los que hoy lo excomulgan han sido unos poetas peque�oburgueses hasta la m�dula que en su momento hicieron cosas bastante importantes, sobre todo Nicanor). Le ponemos m�s atenci�n a Pablo de Rokha y a Vicente Huidobro.

Nuestras experiencias, entre ellas el acto de escribir desesperadamente en un callej�n sin salida, nos han orillado a reencontrar antiguos t�tems, largo tiempo ocultos (ninguneados o manipulados por la tradici�n oficial) y a tomar de ellos lo m�s corrosivo, lo m�s fresco.

Avances y retrocesos

La renovaci�n de nuestro lenguaje po�tico no se da meramente como una b�squeda formal, sino como resultado de un choque formidable entre una realidad cada d�a m�s exasperantemente po�tica y nuestras ganas de jugar un rato con ella, de interpretarla, de transformarla, por lo pronto sea s�lo para ver qu� nos pasa. La poes�a de lo que se mueve y me rodea, extiende mi poes�a al infinito, dir�a Bakunin.

Quiz� el movimiento de poetas m�s importante de estos �ltimos a�os, no s�lo para Per� sino para Am�rica , haya sido el grupo Hora Zero. Creado por Jorge Pimentel y Juan Ram�rez Ruiz, en 1970 se lanzaron con un manifiesto en donde desconoc�an casi todo lo que se hab�a escrito antes de ellos y volv�an a poner vigentes dos actitudes: la iconoclast�a y la fe ciega en el poder de la poes�a. A partir de esa contradicci�n llegan a la poes�a integral, de Juan Ram�rez Ruiz y a los poemas proletarios alucin�genos de Jorge Pimentel. Adem�s de ellos Hora Zero tuvo poetas tan buenos como Jos� Cerna, Jorge N�jar, Eloy J�uregui, Enrique Ver�stegui e Isaac Rupay. Pero igual que todo movimiento que se divide y que para colmo no logra salir de sus fronteras nacionales, �ste se ahog�. La maquinaria oficial utiliza muchas formas para neutralizar algo que en determinado momento amenaza. A la gente se la compra o se la hace desaparecer. Juan Ram�rez trat� de romper el cerco y establecer contacto con grupos de poetas j�venes del resto de Am�rica, testimonio de eso son unas cuantas cartas que le mand� a Mario Santiago. All� lo que �l planteaba era la uni�n mediante una revista rotaria de los diferentes poetas, m�s o menos marginales, m�s o menos de vanguardia, de algunos pa�ses latinoamericanos. El proyecto no cuaj�. Ahora muchos horazerianos ya no quieren ni o�r hablar de Hora Zero. Los pobrecitos piensan que pueden salvarse ellos solos. (Hora Zero en uno de los momentos m�s afiebrados trat� de salvar al Per�; las profec�as, los alucinantes juegos estad�sticos, las advertencias ecol�gicas, los recortes de nota roja de Jorge Pimentel, en Kenacort y Valium 10 son prueba de ello).

Es aleccionador el fin de los nada�stas colombianos: todos pasaron, despu�s del enfrentamiento con el poder cultural, de una onda sat�nica a una onda m�stica. De Gonzalo Arango no queda nada, de Juan Arb tampoco. Quiz�s dos o tres poemas de Jotamario. La comparaci�n con Hora Zero se puede hacer de esta manera: despu�s de la derrota los nada�stas devienen m�sticos y los horazerianos escritores de oficio. Hora Zero es el primer avance y el primer retroceso de importancia de la joven poes�a latinoamericana de los setentas.

Otras tendencias de poetas j�venes, me refiero a los que hac�an poes�a coloquial, con el pretexto de reflejar una cotidianidad fresca y sencilla s�lo le rindieron tributo a una cotidianidad peque�oburguesa, sin trascender nunca, tanto en forma como en contenido, al animal de la costumbre. De eso solamente quedan malas fotograf�as.

Los j�venes poetas chilenos hicieron humo blanco cuando quisieron copiar el humor negro de Parra. El mismo Parra termin� haciendo un lamentable y mediocre humor blanco. El humor blanco es la broma m�s cruel que la nueva poes�a chilena se jug� a s� misma hasta el ll de septiembre de 1973.

Cuando el ambiente no s�lo es indiferente u hostil, sino francamente criminal, como en el caso de Chile o de Argentina,, al poeta no le queda otra que entrar en organizaciones clandestinas (hacer poes�a a balazos, como dir�a Dalton), o irse del pa�s. Europa est� llena de argentinos, chilenos, uruguayos, que obviamente no est�n ah� de vacaciones.

Pero todo se prolonga de una forma o de otra. Dos poetas j�venes que mucho le deben a Hora Zero son Mario Santiago, mexicano, y Bruno Montan�, chileno. En Mario se cumple el poema integral con toda su unidad (su capacidad de estilo, su locura metaf�rica) y todo su poder fragmentario, el asalto simult�neo a diferentes formas de la realidad. En Bruno el desgarrado coloquialismo horazeriano se mueve por paisajes de alucinaci�n y lucidez, con estructuras r�tmicas y juegos de sensaciones llevados hasta las �ltimas. Tipos como Pimentel, que ahora tranquilamente encerrado en Lima prepara sus pr�ximas batallas; como Mario, que es una especie de Netzahualc�yotl con la imaginaci�n de Pantagruel, y como Bruno Montan�, que es la serenidad en persona, no me defraudar�n en lo que pienso tiene de viva nuestra poes�a.

Posible vanguardia y contexto sociopol�tico

Vivimos la aparici�n de formas nuevas, condicionadas por factores econ�micos, formas marginales que poco a poco vemos reconociendo como poes�a. Un aire de poes�a desligado de los medios sociales donde tradicionalmente se mueve la poes�a. Vivimos la aparici�n de una poes�a del lado salvaje de las calles. El humor blanco, el exteriorismo, los versos de la otredad, los versos clase obrera, s�lo representan a un sector (el sector oficial, reconocido) fam�lico en su imaginaci�n y rico en seguridad; la poes�a conversacional se queda muda cuando ve pasar por la calle a los ni�os rojos, a los ni�os salvajes de Whitman, a los que sin darse cuenta a�llan. En oposici�n al poeta joven que teme enormemente arriesgarse, que quiere llegar lo antes posible a un status dentro del mercado, est� el kamikaze de los Flujos de Mario Santiago o de los Caminos pedregosos de Pimentel. El digno y l�dico muchacho de la calle con el rostro embarrado de imaginaci�n. Mientras cualquier chavo sue�e y le cuente sus sue�os a una chava habr� vanguardia en la joven poes�a. Pero es hora de sacar a la vanguardia de sus territorios marginales, de sus territorios de sue�os, y lanzarla en una lucha de poder a poder contra el aparato oficial, reaccionario hasta los huesos. Para eso hay que organizarse, ensayar nuevos canales de comunicaci�n, experimentar, estar siempre en la disposici�n de arriesgarse en mundos desconocidos, proponer fren�ticamente, cotidianamente afilar la capacidad de asombro y de amor. La subversi�n de la cotidianidad no puede circunscribirse a los �mbitos puramente socioecon�micos, la revoluci�n y la vida deben ser la �tica y la est�tica (una sola cosa), de cualquier proyecto de vanguardia. En este sentido creo que podemos hablar ya de renacimiento, la cosa vuelve a moverse en algunas partes, los j�venes se arriesgan, salen como lun�ticos a las calles a vivir su propia pel�cula bogartiana, crean movimientos estramb�ticos y san�simos en medio de una inteligentsia primero indiferente y despu�s asustada. Ejemplo de esto es el infrarrealismo en M�xico, definido por amigos y enemigos como la peste, y eso que reci�n empieza, que reci�n est� en la etapa que Rub�n Medina designa como de ?descubrimiento de sensaciones marginales?, "el poema lanzado, de formas m�ltiples, a la aventura?. El n�cleo central de una posible vanguardia debe ser la aventura, creo yo. Y prefiero al muchacho que lee a Pablo de Rokha en vez de Val�ry, el que lee a Kerouac y no a Fuentes, el que escribe en una m�quina de sue�os: Dinero Gratis o Thanatos Go Home.

Aventura de los nervios, aventura de los p�rpados, aventura del camino, aventura de la revoluci�n, aventura del amor.

M�s o menos como el que est� tirado en una esquina, sudando y descansando un poco, y alg�n te�rico sicoanalista de la Universidad le grita peque�oburgu�s con mala conciencia. Y �l se sonr�e casi como un Buda armado.

Direcci�n y dise�o: Juan Diego Incardona
Consejo editorial: In�s de Mendon�a, Camila Flynn, Marina Kogan, Juan Pablo Lafosse, Juan Leotta, Juan Pablo Liefeld
secci�n artes visuales: Juliana Fraile, Florencia Pastorella
Control de calidad: Sebasti�n Hernaiz

Cuauht�moc M�ndez, Gerardo Albarran, Ram�n M�ndez, Mario Ra�l Guzm�n, Sergio Loya, Mario Santiago. Durante la presentaci�n del libro Canciones para gandallas, de Jes�s Luis Ben�itez, en la Sala Manual M. Ponce de Bellas Artes , 1987