el interpretador narrativa

 

La Banda de los Chacales (1ra. parte)

Enrique Symns

Ilustraciones: Kike Sanzol
Introducción: Elsa Kalish

 

 

 

 

INTRODUCCIÓN

por Elsa Kalish

 

"-(...) Pena que no fui campesino. Lamento no saber qué es la expectativa de levantarse cada mañana y ver el bosque. Sus sonidos y colores. Ya no podré hacerlo. Es una lástima.
-Si te sirve de consuelo te diré que el campesino tampoco puede. No tiene tiempo.
-No lo había pensado. El campesino es una de las cosas que nunca miré. - El Rey (o quizás Emperador) Nan se quedó meditando. Luego preguntó-: ¿Entonces nadie tiene tiempo de ver el bosque, en China?
- Solamente los poetas. Esos que algunos tontos llaman desocupados, ociosos e inservibles. Por eso siempre sostuve que el Estado debe protegerlos, para que alguien pueda ver y oír. Dicen que las montañas no cambian, pero es mentira. Sí que cambian. La montaña respira y su mole se mueve. Las aguas del Wei no son las mismas hoy que ayer. ¿Cómo van a saber, las personas de dentro de dos o tres mil años, la forma que tenía un árbol mientras vivían los Chou? La poesía es la historia secreta de nuestro país."

Alberto Laiseca
La mujer en la muralla.

Mariano era hermoso.

Ojitos claros, casi tan lindos como los míos. Pelo largo hasta la cintura, sobretodo negro, un poco sucio, siempre con un Marlboro en la boca, y un no sé qué femenino que me arrebataba. La primera impresión que una se llevaba era que se había escapado de un video de Poison, Bon jovi, o Guns & Roses.

Lo conocí en la placita Roca, un mediodía, haciendo huevo, a la salida del secundario. Al toque pegamos onda. Él no sólo era lindo, sino además curtía un perfil lumpen, tenía amigos raros, tomaba merca y fumaba faso.

Estoy hablando del neolítico, años 92, 93, por ahí, qué se yo.

Pero Mariano tenía –no tendría más de 15 años– un encanto extra: una biblioteca. Sabía de libros y de música. Leía a Dostoievski, Burroughs, Bukowski, Borges, ¡de su boca escuché por primera vez Tabaquería de Pessoa! Escuchaba a Vinicius, Caetano, Los Redondos, Zumo, Shuemberg, los Pistols.

En fin, tenía todo lo que una podía esperar de un chico y algo más, lo mejor, estaba loco por mí.

Fue por él que conocí a Enrique Symns. Tenía todas las Cerdos & Peces.

Claro que cuando yo conocí la revista de Enrique, ésta ya no salía más, era parte de un mito de los 80. Me vienen ahora a la memoria algunas de sus tapas: el pelado Cordera y el gordo Rubén de la Bersuit, uno vestido de nazi y el otro de árabe, manoseando a una chica; Batato Barea –en los 80 para ser travesti había que tener unas pelotas bien grandes y peludas y encima algunas escribían poesía-; alguien tomando una raya así de larga de merca; una nena de 3 años posando desnuda; una monja masturbándose o clavándose un cuchillo en la argolla o algo así.

Volví a saber algo de Enrique cuando en el 95 el gordo Lanata sacó una colección de libros, Fin de siglo, donde aparecía una antología de textos de él: Invitación al abismo.

Cuando terminé el secundario me rajé de mi casa y estuve viviendo casi dos años, primero en Mar del Plata, y luego en Veraza y Lanus –el barrio de Luisito Ventura. Al volver a casa –después de mandarme todas las cagadas habidas y por haber– mi vieja me puso entre la espada y la pared: trabajás o estudiás. Estuve un año como cajera del Carrefour de San Martín.

Trabajar en Carrefour era una cagada, en especial los domingos al mediodía, que antes de ir al trabajo almorzaba en la casa de la tía Marta. Estábamos todos sentados a la mesa comiendo y alguien me preguntaba, ¿y el trabajo qué tal?, entonces contaba cómo nos explotaban y todos movían la cabeza desaprobando a estos carneros, que seguro deberían ser judíos –porque como todo el mundo sabe la dupla comercio y explotación la inventaron los judíos. Y una vez que Elsita había contado a su familia su triste papel de empleada a sueldo estos preguntaban, che Elsa, ¿qué ofertas hay en Carrefour porque tengo la revista de Jumbo pero la de Carrefour no me llegó?

La cosa es que mis francos eran los lunes, así que ahorré algo de guita y un buen día dije, como la Bulrrich, mañana digo basta y los mandé a la puta que los parió.

Fue ahí que volvió a salir la Cerdos y entre sus páginas había una publicidad que anunciaba que Enrique Symns y Vera Land iban a dar un curso de periodismo. Fui a anotarme, la redacción estaba en la calle Estados Unidos, unas cuadras más arriba de Cemento y conocí a Vera Land.

Nunca me voy a olvidar el primer día de clases. Me abrió la puerta Enrique, con un Parliament en una mano y un vaso de whisky en la otra, descalzo, y con la camisa mal abrochada. Era la primera en llegar y nos quedamos los dos mudos sin saber de qué hablar. Yo estaba muda porque me fascinaba como escribía –siempre fui muy cholula y nunca supe qué hacer cuando la cholulés rendía sus frutos– y como todos los que fuimos a ese curso, nos podía interesar poco o nada el periodismo, en todo caso si pagábamos por estar ahí era sólo por una razón: para escucharlo a Enrique. Y ahí lo tenía a Enrique, mudo, supongo que porque él estaba tan espantado de mí como yo de él. Luego fueron llegando los demás y Vera empezó a contarnos de qué iba la cosa, y cuando ya todo parecía perdido, Enrique se puso a hablar y nos enamoró a todos. No es que Vera dijera estupideces ni nada, Vera es divina, lo que sucede, lo repito, es que habíamos ido ahí para conocer a Enrique y punto.

De ese curso salió una revista que tuvo cierta circulación, Vestite y Andate, y me dejó dos amigos a los que amo: Fernanda Simonetti y Santiago “el negro” Ferront.

Ya para cuando Vestite estaba a pleno empezaron los roces con Enrique; nosotros estábamos cebados y queríamos hacer parricidio ya, y Enrique que no es ningún boludo presentó batalla.

¿Qué decir de esa época?

Que a veces extraño los jueves en El Mirador. La redacción de la Cerdos estaba en el sótano del bar y nuestras reuniones –de Vestite– eran ahí mismo, los jueves a las 7 de la tarde, y después nos quedábamos a emborracharnos hasta la madrugada, Tom Lupo caía a eso de las once de la noche con su Cabaret poético, y cuando nos aburríamos íbamos a Ave Porco.

Fue por esa época que conseguí La banda de los chacales.

Yo hacía tiempo que la venía buscando, había leído los primeros capítulos en la Cerdos, y sabía que La banda se había editado en libro por publicidades de la revista. Pero nunca la vi en ninguna librería de viejo – y yo soy de revolver de arriba a abajo librerías de viejos por culpa de Juan Escobar – y cuando le pregunte a Enrique si él la tenía y me la prestaba para fotocopiar, me respondió, querida si alguna ves la conseguís haceme una copia.

Cuando ya había perdido todas las esperanzas, una tarde en El Mirador, charlando con Gastix –Gastón Pérsico, el diseñador de Vestite, que estoy convencida que fue él con su talento el que más aportó a la revista, y la prueba de eso es que al poco tiempo de salir Vestite empezamos a ver por todas partes que nos estaban robando el diseño de nuestra publicación –le habló de la Banda y me dice, yo la tengo, ¿querés que te la fotocopie?

Sé que todo lo que escribí acá es un mamarracho. Se suponía que tenía que hablar de Enrique y no hice otra cosa que hablar de mí. Podría contar anécdotas de Enrique que no aparecen en su autobiografía El señor de los venenos, con el Indio Solari, con el Gordo Pier, con Fito, del departamento de Once, de un montón de cosas, y mil más, pero sería violar una intimidad y un cariño que no deseo perder.

Lo que si puedo contar es que Enrique es una persona única. Una cuando va al almacén y vuelve, y le preguntan a dónde fuiste, sólo es capaz de decir, fui al almacén. Él no, él de esa minucia te arma un relato, un viaje. Vamos che, enrique es poeta y si durante todos estos años en vez de dedicarse al periodismo se hubiera dedicado a la literatura estaría ahora ahí arriba. Por suerte, según me cuenta, en un mail, hace poco, cuando le pedí permiso para publicar La banda, está escribiendo dos novelas, y mi prima Pame que hojeó El señor de los venenos me comentó que esas primera páginas le hicieron acordar al Diario del ladrón de Jean Genet.

Puta, Enrique, me hubiera gustado en estas líneas presentarte como corresponde, a vos y a tu Banda de chacales. Pero como la idea no es vender nada, sino simplemente decirte que hace años sos parte de mi vida y que tus monólogos y textos y las pocas charlas personales que tuvimos son restos de una amistad imposible que resplandece en el abismo, creo que lo que dije hasta acá alcanza para que los que no te conocen ni nunca te leyeron tengan una mínima idea de esos restos de vos que son tus textos y les pique la curiosidad de querer saber quién es ese duende-loco-extraterrestre-pirata que conoce el delicado y misterioso hilo invisible que engarza a las palabras y las cosas.

 

 

LA BANDA DE LOS CHACALES

por Enrique Symns

PRIMERA PARTE

La Banda

Al Pijo lo conocí primero de todos.

El Pijo era un quía muy peligroso para este tipo de operativos que requieren sangre de culebra en vez de sangre.

El muy cornudo tenía una fobia, como se le puede decir, una fobia a las polleras puestas. En cuanto veía una concha tapada quería destaparla para enchufarse ahí, con esa cara de pelotudos que ponen los tipos cuando cojen que parece que estuvieran haciendo fuerza para garcar.

A esa manía que tenía de tirarse a cuanta mina se le cruzaba por la mira telescópica de su calentura, los psicólogos la llamaban “peligrosa psicopatía sexual”. Pasotas, yo no digo que el Pijo no fuera un poco raro. Seguro que durmiendo en el mismo cuarto con él, yo le pondría un buen candado a mi culo. Pero creo que toda poronga caliente es peligrosa, todo depende de quien la maneje.

La cuestión fue que los psicólogos del reformatorio le mancharon los antecedentes del coco y le decretaron podredumbre mental. Y encima se la agarraron con la familia. El padre del Pijo también tenía el hobby de cojerse a todo el mundo.

De tal palo, tal astilla. Cuando el Viejo Pijón se tomaba unos anises de más, ni la abuela se escapaba del cachondeo. Tanto el Pijo como sus hermanitos menores perdieron el virgo anal en las festicholas paternas. El asunto era contagioso y al tiempo todos los de la familia se andaban tumbando unos a otros. Que la hermana del Pijo con la abuela, que la abuela se lo bajaba al nieto, que el tío se apretaba a la madre, como en la guerra, todos contra todos sin otro objetivo militar que ponerla o dejársela poner. Antes de irse de su casa, el Pijo se vengó del drepa: lo emborrachó y se lo recojió. Fue el único polvo trolo que se echó en su vida. También se vengó de las psicólogas. Se cojió a varias. Ya en libertad, y siempre a la búsqueda de nuevos curros, comenzó a pedir entrevistas con psicoanalistas particulares y en cuanto comenzaba la parleta, el Pijo se las cargaba ahí mismo sobre el sillón de los divagues.

Pero las psicólogas no eran su especialidad. En realidad, no tenía especialidad. En su curriculun había sirvientas, profesoras de secundaria, rockeras de palermo, negritas de la villa y hasta nenas de la primaria.

Por eso decía que era muy peligroso meter a un tipo como el Pijo en un operativo de tanta magnitud como el que iba a encarar La Banda de los Chacales de la que soy su humilde pero experimentado capo.

Se corría el riesgo de que alguna bombacha demasiado humectada despertara los ultra-bajos instintos del susodicho.

Pero, por otra parte, el Pijo era un tipo de condiciones.

Cinturón negro de karate. En una pelea a mano limpia, se cargaba tranquilamente a seis tipos. Y si le dabas un palito de esos con cadenas, se volteaba a una docena de tipos en menos tiempo de lo que tarda un gargajo en llegar al piso.

El Pijo no se unió a mi banda por un ideal, por fama o por ambición. En todo caso quería guita suficiente para comprarse unos cuantos kilos de concha y morir en una comilona sexual vomitando culos y tetas.

Estoy Muerto, en cambio, era gente fina.

Educado en los mejores colegios, manyalibros y hasta con estudios cursados de monaguillo y recibido de gil de parroquia.

Hasta que un día (“ese día me dí cuenta que estaba muerto -explica Estoy Muerto-y que entonces podía empezar a divertirme”) entró a la iglesia acompañado de la madre (una vasija llena de mierda del barrio norte) y le dijo a la vieja que largaba todo. Que basta de misa y de puterío espiritual. Y para que a la vieja bostera no le quedaran dudas sobre el tema, fue hasta el altar y, con una gillete, le cortó la cara al cura. Fue en cana como el zarpado de Dios manda pero, gracias a las influencias que la vasija de mierda tenía en el milicaje gobernante, Estoy Muerto salió en libertad al año de estar encanutado. En la cárcel se perfeccionó en cuchillos. Se graduó en navajería y facaso aplicado. Cuando salió de la yuta se hizo punk, que es algo así como un hippie que se volvió rabioso.

Ahí fue cuando lo conocí. Andaba disfrazado de basura, con la cabeza rapada por un peluquero epiléptico y montones de facas escondidas en el disfraz.

Ahí nomás le dije si no quería prenderse en una grande. Me miró a los ojos y su mirada fue como la punta de un cuchillo apoyado sobre la yugular de mis pensamientos. Enseguida me dijo: -“Voy con vos

Queriendo decir con eso que había pispiado en el corazón de mis ideas y había visto la llama sagrada de los grandes y que entonces yo era el jefe y que me iba a obedecer.

Yo casi tenía listo el plan para cometer el gran golpe del siglo. Me faltaba conocer todavía al tipo más importante, el tipo que haría posible mi sueño.

Itaka, tenía que conocerlo al Itaka.

Visto que antes lo defendí al Pijo. Dije que exageraban los psicólogos y que más allá de la manía de cojerse a todo el mundo, tuviera o no tuviera ganas el mundo de ser cojido, en el recontrafondo, el Pijo era un buen tipo.

Bueno, ahora, también de posta, debo decir que sí, que Itaka estaba medio colifa. Había sido combatiente de la piojosa guerrita malvinera.

Y si con el primer cañonazo que le cayó cerca no quedó loco, el gurka que se lo recojió al estilo Pijo lo dejó del todo. El gurka se había enamorado del orto de Itaka y no sólo le metía el sodape sino también el pie, el puño y la pierna. Las noches de mucho frio, el gurkita se metía entero en el culo del Itaka y dormía adentro. Encima como al nepalés le gustaba que le chuparan la pija y como la tenía muy sensible le arrancó todos los dientes al Itaka para facilitarse la gárgara de poronga.-

Itaka quedó con las ideas medio mal paridas para decirlo de frente. En la isla, encima, no había podido matar a nadie y ese recuerdo era para Itaka lo mismo que un polvo atragantado para el Pijo.

Cuando lo conocí andaba planeando destripar a unos cuantos seres humanos. No me gustó ni medio. Era un tipo tímido y callado como la puta que lo parió. Cuando lo despertabas a la mañana había que hacerlo con mucho cuidado. Onda “nene, está el café con leche, es mamá” porque si no te reventaba como si fueras un gurka o, peor, un oficial argentino.

Era un tipo de mierda pero con una gran ventaja: se había afanado del regimiento una caja de granadas y un par de metras alucinantes.

Me costó un par de meses convencerlo de que abandonara su guerrita de morondanga e ingresara a la Banda de los Chacales.

A lo sumo te vas a cargar una docena de vecinos -le decía- después la yuta te va a regalar un viaje gratarola en carroza fúnebre hasta las soleadas playas de Chacarita.”

Ya les dije de la importancia de El Pijo, Estoy Muero e Itaka.

No hablé del susodicho que escribe este folletín, el Lacra, el capototal, lo más. La innata humildad que debe lucir un líder en todo momento de su gesta me obliga a silenciar mi pasado. Eso y también lo que me dijo el boga:

“No chamuye de su pasado, Lacra. Todo , cualquier cosa es una prueba en su contra”

 

El plan

Reunirlos a esos tres fulanos no fue joda.

Filosos como bayonetas, los muy hijos de puta se la pasaban manoteando granadas, facas y golpes de karate con la sana intención de hacerse mierda entre los prójimos.

No se bancaban entre ellos.

Itaka se lo quería desayunar a Estoy Muerto con la pelotuda excusa de que era punk, es decir, descendiente indirecto de los ingleses que se lo habían recogido. Estoy Muerto miraba la cabeza de Itaka como si fuera la punta de un lápiz y afilaba su sevillana para sacarle punta. Peo al que nadie se bancaba era al pobre Pijo que siempre andaba al palo, pajéandose por todas partes y puteando porque no lo dejábamos salir a voltearse una negrita. Un día lo dejamos salir para que cazara algo y se dejara de joder. El despelote se armó cuando volvió trayendo de los pelos a una pendeja de unos doce años. Ya le había roto la conchita y la traía a la cueva con la negra y prolija intención de hacerle culito y boquita. Saltó Estoy Muerto y pateándole el sodape le puso faca contra la yuguleta.

-“Odio a los animales”-le dijo rescatando a la ninfeta de su dificil trance.

Pero las fieras se calman cuando les tirás carne. Así que un buen día les tiré el plan por la cabeza.

Les dije que se trataba simplemente de secuestrar, traer la covacha, y mantener a pizza, cocaína y mate cosido al honorable presidente de la nación.

-¿A esa pantufla? -preguntó con la rapidez de un pedo Estoy Muerto -¿para qué lo queremos?

-Para resgundar la marusia- contestó el Pijo que, cuando estaba refumado, no se le entendía un joraca lo que hablaba.

Ahí les corté el rechifle y solté el espiche de memoria:

“Si ellos no abren las puertas de todas las tumbas del país y no sueltan a todos los sopres sin distinción de credos o prontuarios en menos de 24 horas; si en esa punta de horas que dura un día no sacan un decretacho que clausure para siempre todas las comisarías y jubilan a los federicos; si ellos en esa pila de minutos que hay en 24 horas, no sueltan a todos los colifas de los manicomios -y los colifas que se quieran quedar que se jodan-; y para acabar con el verso, si en esas dos lungas vueltas que la enanita del reloj da a lo largo de la jornada, no nos dan dos millones de verdes y ponen un avión, directo, sin escalas, hasta un país como lo la gente que tiene que haber por ahí; entonces nosotros, a las 24 y un segundo, con todos los honores, agarramos al Excelentísimo o el muy bien diez del Presi y le sacamos la vida del cuerpo”

Se armó el quilombo.

Saltó el que si que no, que si dos o que si cuatro millones, que porqué no pedir además de la mosqueta un par de docenas de minones y todo ese puterio. Estoy Muerto que Inglaterra, El Pijo que Pakistán que por allá se podía coger a las menores, hasta que habló Itaka, cortándolos como una gillete.

-¿Y cómo mierda lo vamo a secuestrá si está más cuidado que concha napolitana?

-¡Oncha Luneba!- baboseó el Pijo que ya andaba por el octavo porro y que cuando escuchaba la palabra “concha” se ponía peor que Superman con la kriptonita.

-No lo vamos a secuestrar- cancherié- El se va a entregar solito...

Y pasé a relatarles la segunda parte de mi plan.

Tomaríamos por asalto un canal de televisión en un programa de gran audiencia y que tuviera además mucha gente en el estudio. Instalaríamos un nido de metra y sembraríamos de granadas el estudio para que no se les ocurriera una onda “swatt”. Exigiríamos que el programa siguiera transmitiéndose en vivo con nosotros como locutores y ahí le hablaríamos al presi para que viniera solito hasta el canal. En un plazo, digamos, de seis horas. Caso contrario, con una preciosa ráfaga de metra intentaríamos matar a todos los presentes, degollando luego con prolijidad a los sobrevivientes.

Aquello les recontracopó. Estoy Muerto se ofreció como locutor. El Pijo propuso que elijiéramos el programa de Badía que está lleno de japendes. A Itaka, la parca se le relamía en el brillo de los ojos.

Por votación de tres contra uno (saben quien fue el uno) ganó el programa de Soldán “Domingos para la juventud”.

El resto del plan era sencillo.

Cargaríamos, en la camioneta afanada, cajas que hicieran creer que había equipos de sonido, instrumentos de música y todas esas pajerías. Nosotros haríamos el teatro de ser unos piojosos plomos de alguna pelotuda estrella de turno.

Itaka tenía que ser el pesado de la historia: sembraría los caza-bobos y montaría la metra. Estoy Muerto, en una de locutor, hablaría por el tubito. Pijo, armado hasta las bolas, se mezclaría entre el público y yo sería el director general del operativo.

Estoy Muerto redactó el comunicadacho que había que leer frente a las cámaras. Era así:

Amables espectadores, interrumpimos esta mierda de programa para comunicarles que La Banda de los Chacales ha tomado este canal sin la intención de hacerle daño a nadie. Eso sí, le vamos a romper el culo a cuanto hijo de puta quiera entrar al estudio. Si esta trasmisión es interrumpida, mataremos a una persona por minuto. No intenten engañarnos, otros integrantes de la banda están mirando el programa y nos avisarán al toque.

Cuando todos los detalles estuvieron recontraparlados, le pusimos fecha.

El domingo que viene sería la cosa.

Esa semana nos preparamos como si fuéramos discípulos de Bruce Lee. Es decir, cada uno hizo lo que se le cantó en el séptimo forro del culo.

Como la consigna era triunfar o morir, El Pijo quiso asegurarse por si acaso los últimos polvos de su vida. Así que usando la cablán como zanahoria se trajo dos gatitas del Parakultural.

Esas minitas onda after-me-podri-chau-no-sé. El Pijo les estuvo zarandeando los tres agujeros durante dos días. Otra que Emmanuelle o Garganta Profunda, hacer un filme porno con El Pijo era un filo asegurado. Recién en el tercer polvo empezaba a calmarse. En el quinto ya no sacaba ni leche. En el octavo, antes de desmayarse, todavía se le podía ver, en la mirada, la poronga del alma parada y caliente.

Itaka se pasó la semana preparando el arsenal. El quía parecía Terminator, quería convertirse en un arma caminante. Un día me dí cuenta que él no veía las cosas. Cuando se asomaba a la ventana de la covacha, por ejemplo no veía a la gilada del barrio yendo y viniendo haciendo las boludeces que los garcas del mundo les habían ordenado que hicieran. No, el quía se asomaba a una trinchera y veía solamente inglesitos avanzados en las frígidas estepas malvineras. Era caretón, pero tomaba cocaina porque le aceitaba los engranajes que movían los músculos de su odio. Había que marcarlos de cerquita para que no convirtiera el tranquilo barrio del Doque en un Hiroshima del subdesarrollo.

Con Estoy Muerto era el único que se podía batir un papo. Tenía la lengua más filosa que cualquiera de sus facas.

El sábado, anterior al domingo de la gloria chacalera, para distraer a la pandilla nos fuimos a ver un poco de Rock and roll. Fuimos a “Cemento” Tocaba Sumo y la cagada fue que, como quisimos guardar la merca para el otro día, todo el mundo se puso hasta el culo de fumo. No tuve descanso en toda la noche. En cuanto el pelado de Sumo, gritó “Fuck you”, Estoy Muerto entró en una de subir al escenario a degollarlo, El Pijo la vio a la Katya Alemann y comenzó a perseguirla manoteándole las tetas y el pirado de Itaka, cuando vio tanto punkie, entró en una de sus pesadillas guerreras. Yo andaba corriendo de un lugar a otro porque el quilombo se desarrollaba en varios sitios. Mientras Estoy Muerto lo perseguía al pelado Luca por todo el boliche, El Pijo acorralaba a la Katya y el Itaka trataba de treparse a la covacha del iluminador, yo tuve que bajarle los dientes al Omar Chabán, que botón de alma, quería llamar a la taquería. La historieta terminó tranqui, cuando junté a mi ejército de pirados y nos retiramos estratégicamente hacia las tinieblas grises de la ciudad.

 

La matanza

El domingo a la mañana nos pusimos hasta el culo en la covacha de Anarconada, la cojinche de Estoy Muerto. Para que te des una idea de lo pesada que era esta mina te cuento que ni el Pijo se la quería coger.

Anarconda, en vez de tajo, tenía una gillete entre las piernas. A los siete años la madre se la había cojido como al Pijo. Bueno, coger es un decir, en realidad se la chupó toda de arriba a abajo. Pero, sobre todo, enseñó a la pendeja a chupar su vieja y podrida concha. Anarconda se lo bancó hasta los diez años. Un día de esos, cansada de alimentarse de flujo, le metió una gillete hasta los ovarios a la puta que la parió.

Salió del loquero a los 16 años y ahí la conoció Estoy Muerto que le enseñó las artes de pasarse el mundo por la concha.

Te decía, tomamos tanta cablán que a Itaka hubo que cargarlo como a una momia en la camioneta de tan duro que estaba.

Y así encaramos la puerta del canal nueve, con esa polenta que te da la frula y que si te lo encontrás al mismísimo dios en la yeca le decís: “Qué mirás, gil?”

Sin novedad ni en el frente ni en la retaguardia, entramos al estudio, justo en la parte en que los pendejos para ganarse el viaje ortiva hasta Bariloche andaban boludeando y haciéndose los artistas.

Sin darle bola a nadie, comenzamos a desempaquetar la terrible ametralladora de Itaka, el enorme sable del Pijo y las granadas que yo me colgué del cuello como si fueran una ristra de ajos.

Hubo un silencio que sin ser mortal era, te diría, jodido.

El Soldán se quedó con la boca tan abierta que le podían haber entrado dos o tres pijas. Uno de los cameramanes se meó en los lompas.

El Pijo, con el sable en la mano, empezó la opereta.

-Bariloche, la cajeta!- gritó mientras mandobleaba el aire con su poronga de lata.

Así se armó el desbande. La pendejada empezó a correr de un lugar a otro como hormigas piradas, el Soldán casi llorando pedía un corte, los técnicos gemían como chanchos en el matadero. El Itaka cortó el quilombo. Mandó una ráfaga de metra sobre el techo del estudio...

-¡Cuerpo a tierra, conchudos!- tronó el Itaka con voz de helicóptero.

Otra que el teniente Astiz, el Itaka parecía Rambo y la tropa de cabrones obedeció al mango. Culo al piso y sin toser ni lagrimear, todo el mundo se acostó sin entender un joraca de qué venía la mano. Todo el mundo menos el Soldán que lloriqueando como una muñeca, dijo:

-Señores, de qué se trata esto...

-Cayate, comadreja- le estampó Estoy Muerto y de un empujón lo mandó al sopi. Ahí actuamos con la precisión de un comando.

El Pijo, pisando culos y manoteando tetas o viceversa, se metió entre el gentío. Itaka terminó de minar el estudio y mientras Estoy Muerto se ponía frente a las cámaras, yo le hablé a las paredes:

-Al capo del canal, le habla el capo de los Chacales... tiene dos minutos para seguir la trasmición sino matamos a todo el mundo...

En ese momento yo no supe si estábamos o no en el aire. Porque se prendieron las lucesitas y los cameramanes se mandaron el filo de camarearlo a Estoy Muerto. Pero yo no estaba seguro.

Después supe que sí. Que durante un minuto Estoy muerto salió en los pajerisores de todos los apestosos hogares de cada mugriento argentino desde La Quiaca hasta Lanús y desde Mataderos hasta ese culo frío que debe ser Tierra del Fuego.

Fue la gloria. Estoy Muerto se sentó frente al ojo de vidrio con la cancha de un experto y se mandó el espiche...

-Ustedes son todos una mierda -le dijo al mundo-. Usted, señora, es una rata, y usted señor, es una rata, y el nene también es una rata. Se la pasan todo el día corriendo por el laberinto para masticar un sorete. Corren todo el día de todos los días de todos los años para estar ahora ahí, sentados como boludos, mirándome como boludos, bajo techo, sobre un piso, entre cuatro paredes que no los protegen de nada. Saben que hacen? Se pasan la vida comprando un ataúd a crédito. Eso es lo que son, una mala paja que se hace la vida, son. Mírenme la jeta, yo estoy muerto. Igual que ustedes. Yotambién soy mi propia tumba. Pero no voy a quedarme como un boludo esperando que alguien venga a limpiar el cenicero donde me consumí. Voy a romper todo. ¿Porqué no salen a la calle y rompen todo?

Después supe que ahí cortaron la transmisión.

La cosa se fue al joraca. A Estoy Muerto, se se puso muy intelectual, no se le entendió una mierda el espiche y encima no leyó el pelpa ni pidió hablar con el presidente de la gilada.

Creo que eso fue el desastre. Cuando terminó de hablar, el estudio de canal nueve era un polvorín cargado hasta las bolas de dinamita y cada persona era un cartucho.

El fósforo lo puso El Pijo.

De repente lo veo rompiéndole el toor a una pendeja tetona. Veo al noviecito de la culeada intentando defenderla. Veo al Pijo, que sin cambiar el ritmo de la cojida, lo deguella como quien deshoja una margarita. Veo a Estoy Muerto descorchando una granada. Veo a Itaka apuntando la metra. Y me dije: se pudrió todo . Y así fue como empezó la matanza.

Fue una de esas películas donde el héroe, al final, se puede vengar de todas las que se tuvo que manyar durante 90 minutos de argumento careta. Como en una película, pero al revés.

Cagamos a tiros al sheriff, nos comimos a los tres chanchitos de mierda, nos cojimos a Caperucita, reventamos a Eliot Ness. Te digo, si lo hubiéramos tenido a tiro al mismísimo Astiz le hubiéramos metido un par de gorriones de plomo en el hígado agusanado que debe tener por corazón.

Fue ver a un ballet de locos epilépticos, una manga de piltrafas babeantes, una pandilla de gatos rabiosos encerrados en una jaula de canarios.

El Itaka, sin decir cocaína va, mandó una ráfaga que igualito que una picadora de carne agarró a la gente y la convirtió en chinchulín reventado.

Estoy Muerto, bailando igual que la Pinchiskaya, saltó sobre el cuello del Soldán y le dibujó no la zeta del zorro sino la eme de mierda en la yugular del comadreja.

Ahí mismo me di cuenta que todo se había ido al mismísimo joraca y que lo mejor que podía hacer era joraquearlo más. Asíque descorché una granada y, al pedo nomás, la tiré por ahí tratando de hacer estallar una docena de almas sobre las mugrientas puertas del infierno, mientras gritaba “libertad o dependencia” o alguna gilada de esas y corrí hacia la puerta del canal como si me persiguiera una manada de cien mil soretes hambrientos.

A los costados de mí, en las escenas menos principales, porque yo no las veía bien, la película también era de primera.

Estoy Muerto, gritando “Por los Sex Pistols!”, le clavó un chuchillo más largo que poronga de Pijo al estómago del Baglietto. Vi caer a mis pies, el cerebro del gordo Muñoz con los sesos desparramados igualito que un vómito del diablo y lo vi al Pijo zapatéandolos como si fueran arañas pollito.

Vi a los integrantes de la selección nacional barridos por la metra del Itaka, fuera del mapa de la vida para siempre.

Vi mi cuerpo cubierto por la sangre de las cucarachas que hacen el noticiero del canal.

Era el sueño del pibe. Que grande ver el sueño de toda la vida cumplirse ahí frente a los propios párpados.

Vi toda mi vida de mierda reflejada en las caras que iban perdiendo la vida de todos los mal paridos que habían cagado para siempre mi película. Vi a todos esos jodidos que me habían jodido toda la larga muerte que fue mi vida, los vi estallar como sandías frescas, los escuché pedir perdón, llorar como boludos, arrepentirse de mentira.

Fue mejor que escuchar el más tenebroso tema de los Black Sabbath. Estoy Muerto brillaba parecido a un diamente; el Pijo, por primera vez en su vida estaba más feliz que cojiendo o, en todo caso, cada chorro de sangre era un polvo que se echaba sobre su propio destino de mierda. Hasta el Itaka brillaba como un ángel. Y brindamos sobre esos ríos de sangre y fuimos hermanos para siempre, loco.

Después supe que matamos 185 personas y que dejamos 33 tullidos para toda la siembra. La más grande matanza de la historia mundial de las matanzas hecha por cuatro grones solitarios. Desde Nerón hasta hoy.

Cuando nos reunimos en la puerta del canal, afuera estaban todos. Como explicarte: estaba la tercera flota, los Montoneros en sus buenos tiempos, los lagartos, los gurkas y la hinchada de Chacarita.

Ahí, Estoy Muerto se acordó de la película “Butch Cassidy”, en donde los dos pistoluquis salen a enfrentar a un ejército y la peli termina ahí, cuando salen, sin que se vea como los cocinan a balazos.

Y Estoy Muerto dijo: que termine así, salgamos y que no nos demos cuenta de cómo nos dan un empujón hacia el otro lado de las cosas.

Pero por algo yo, el Lacra, soy el capototal, lo más. Y además por algo también tengo un boga. El boga me dijo:

“Morir no tiene apelación, Lacra. En este país se perdona hasta el genocidio, en este país son buena gente, gente compasiva. Entréguese, entréguese siempre...”

Así que le dije que no al Estoy Muerto, que íbamos a deponer las armas. Pedimos la presencia de Augusto Conte, de las madres de la sapla, de Hugo Orlando Gatti, de Alvaro Alsogaray, de Pappo Napolitano. No vino nadie pero se llenó de ortivas, es decir, de periodistas y ahí les dio no se qué liquidarnos.

Así que salimos, como pendejos de jarín de infantes, las manitos bien arriba cantando “Que se muera Dios” de los Sabbath y nos rendimos, loco, nos rendimos.

Salimos en los pajerisores de todo el mundo, y los lustrabochas del cerebro hablaron pestes de nuestra salud. Los Dead Kennedys nos dedicaron un tema. Fuimos más famosos que la concha que parió a Cristo. Pero nada de eso nos libró de la reja.

Aquí estamos. En la tumba, condenados por toda la farsa.

Siempre me dio un reviro de tristeza ver a esos gatos de derpa, boludazos, medio capones, esclavos de una mano garda de morfi. O ver a esas plantas de maceta, de ecanute en ese zoológico vegetarismo de un pelotudito que se cree telépata de las plantas y les chamuya troladas.

Bueno, la cárcel es medio así. Te van poniendo boludo.

Los días y las noches llegan cuando ellos quieren que lleguen.

Dormís y cagás cuando te dicen. Comés algo si les sobra algo o si sos ortiva. Podés cojerte algún preso o hacerte la puñeta o fumarte un caño o hablar pajerías todo el puto día.

Lo único bueno es la noche, cuando te dormís y soñas que sos libre. Soñás que entra Nippur de Lagasch con la banda de atorrantes de Lanús: Trolón, El Peronito, Jeringa, Trolón II y la Anarconda y que te abren la puerta del infierno y que salís y que te das un nariguetazo de sol y que otra vez estás ahí con ganas de romperle el orto al mundo.

Es bueno soñar porque a veces los sueños se hacen realidad.

No siempre como vos querés, porque eso depende de que el hijo de puta del capo de todo lo que existe haga parar la bolita de la ruleta en el número que, de puro pedo, vos jugaste y, sin darte cuenta, hiciste saltar la banca.

Capaz que los cagás a todos y vos tomás la batuta.

Andá a saber.

 

continúa...

 

©Enrique Symns

 

 
 
el interpretador acerca del autor
 

 

               

Enrique Symns

Nació el 2 de enero de 1946 en Lanús, Provincia de Buenos Aires.

Cultor de un periodismo inteligente y ácido a la vez, trabajó en diferentes medios: fue redactor del diario "La voz" en el año 1982, de "Clarín" en 1983, y en 1988 del diario "Sur". Siempre dentro del campo del periodismo gráfico, su presencia aportó una cuota innovadora en revistas como "Eroticón" (1986-1987), "Fin de siglo" (1989-1991), revista dirigida por Vicente Zito Lema, en la cual tuvo origen -en forma de suplemento- la ya mítica y desaparecida revista "Cerdos y Peces", revista que luego cobró una autonomía propia, dejando hasta el presente una impronta difícil de superar en cuanto al desarrollo de un estilo marginal, despojado de máscaras y convencionalismos. Fugaz vida tuvo la revista "El Cazador" -sólo existen tres números, difíciles de hallar-, también fundada y dirigida por Symns. Finalmente, utilizó su corrosiva pluma en "La Maga", durante los años 1998-1999. Luego partió hacia Chile, donde creó la revista "The Clinic".

Editó libros como "Ñan Fri Fruli Fali Fru - Los Redondos", junto a Horacio Gonzáles, Luis Chitarroni, Carlos Polimeni y otros autores (1992), "Invitación al abismo", selección y prólogo de Fito Páez, "La vida es un bar", editorial Cuarto Propio, Santiago de Chile (2000), y un libro que reúne cien poemas de Charles Bukowsky.

   
   
   
   
   
 
 
 
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Imágenes de ilustración:

Márgenes superior e inferior: Kike Sansol, Ilustraciones.