el interpretador ensayos/artículos
 

Barón B. Extra Brutt

 

Sobre pistolas y muñecas 
de carne

por Paula Torricella

izquierda: Raúl Barón Biza -el padre-; derecha: Jorge Barón Biza -el hijo.

 

 

No fue como Martínez Estrada un "puritano en el burdel" pero practicó la impugnación con la misma vehemencia. Como prueba, además de su leyenda, tenemos su letra. Mezcla de autobiografía y ficción novelesca, panfleto político y artículo de costumbres, la novela de Raúl Barón Biza El derecho de matar es una fábula perfecta contra la economía sociosexual de occidente. A grandes rasgos, claro, ya que se trata de una fábula extremista. No ataca la moral de los pequeños pueblos, ni de los barrios puritanos, ni de la clase burguesa ni de los pobres ni de la gran ciudad. Ataca, con la violencia propia de todo manifiesto, el sistema sexual en su totalidad.

 

El cuerpo femenino es el espacio simbólico de la novela. Un cuerpo que en la cultura occidental está siempre marcado por lo ambiguo. En su superficie lleva inscripto dos imágenes antagónicas, de las que son versiones, más o menos reelaboradas, los personajes femeninos de la novela.

 

Por un lado, se ha construido sobre la mujer la figura de la abnegación, el deber y la reproducción: la madre (pero también la virgen, que es la madre antes de consagrarse). Por otro lado, cabalga en ese cuerpo la figura peligrosa de la mugre y el vicio: la puta.

 

Aunque contradictorias, estas imágenes se necesitan mutuamente. No existe una sin el espacio recortado de la otra. Son resultado de una perversa "especialización del trabajo sexual", en el que se distribuyen identidades y conductas a los cuerpos. No es ocioso subrayar que estas condiciones de existencia femenina (la madre, la virgen y la puta) son consecuencia de un mismo régimen político de percepción.

 

En El derecho de matar se desarma progresivamente el sistema. El autor trabaja con las identidades y narrativas que han emanado de esta trinidad femenina. Pesa conductas, exhibe problemas, calcula utilidades. Hábil manipulador de repertorios sociales, Barón Biza los cita y evalúa.

 

Editada en 1933, la novela tuvo el raro privilegio de impactar antes de la lectura: según se puede saber, sus primeros 5.000 ejemplares fueron secuestrados de la imprenta, sin que mediara orden judicial. Un "propósito difamatorio y persecución política" (en ese momento Barón Biza era un enérgico militante radical) es la razón que acusa el autor. Más verosímil, por cierto, que un artículo del código penal que castiga la obscenidad en las novelas.

 

La historia reviste la forma de un viaje. Comienza en un pequeño pueblo de Córdoba, continúa en Brasil y finaliza en Buenos Aires. Evoca la primera o segunda década del siglo XX. La voz narrativa es bifónica: pasado y presente del relato son dos instancias del texto que no se confunden.

 

Por un lado, un narrador que cuenta su vida en clave de memorias. Es el presente de la impugnación, en el que priman los hervores oratorios, las quejas, las interpelaciones al lector, a la humanidad, al mundo.

 

La voz narrativa del pasado, por otra parte, es de cartón, de títere. Trabaja con estereotipos, personajes hipercodificados, retóricas trilladas. En este sentido El derecho de matar es un compendio de tradiciones literarias heredadas. Evoca todas y no se inscribe en ninguna. O mejor dicho, se inscribe en la tradición de los que no reconocen ninguna. Hay un proyecto literario: gastar la herencia, dilapidarla.

 

Las figuraciones femeninas son objetos privilegiados de esas tradiciones. Por nombrar las más productivas del momento, las hermanitas y las tísicas de Carriego, las madres y las prostitutas del tango, pero también las jovencitas y las señoras del folletín y de la literatura  católica.

 

Barón Biza trabaja con esas inscripciones. El tono que utiliza ha sido muy poco visitado en la literatura argentina. Es de interpelación rabiosa, invita a rebelarse:

 

"No busque usted para rechazar a un hombre la palabra idiota y sin sentido yo soy una mujer honesta -diga mejor no es usted mi tipo, o no tengo hoy deseos de cohabitar (...) A cambio de vuestro pobre título de señora os han robado el derecho de vivir"  (70)    

 

El autor exhibe el reverso de esas tramas: para qué sirven las señoras, qué venden las putas, qué resignan sistemáticamente las heroicas madres y las novias pudorosas. Poco a poco precisa qué hay de plástico y qué de cuerpo en esas “muñecas de carne”. Lamenta que en el balance primen los artificios.  

Hay que reconocer que las impugnaciones son por momentos demasiado rencorosas. Pero es un resentimiento que más que sujetos acusa funcionalidades, en las que el sistema impugnado encuentra a la vez sostén y reproducción.

 

Me permito, sin cuidarme de los anacronismos, convocar otra voz que ilumine la novela: 

 

“En el varón el mecanismo de placer se halla estrechamente ligado al mecanismo reproductor. En la mujer, sin embargo, están comunicados pero no coinciden. Haber impuesto a la mujer una coincidencia que no pertenece a su fisiología ha sido un acto de violencia cultural que no encontramos en ningún otro tipo de colonización” (Lonzi, 1978: 69)

 

Habla Carla Lonzi, feminista italiana, fabuladora y extremista también. Aunque sería exagerado decir que Barón Biza ilustra la cita, no deja de sorprender la sagacidad con que ha sabido detectar la sutil distancia que hay entre estas dos zonas corporales. Una de ellas, la vagina, es la que sostiene la trinidad virgen-madre-puta. Los títulos, las reputaciones y las virtudes encuentran allí un espacio corporal de referencia. Es contra la “utilidad social de la vagina”, responsable del artificio, que arremete Barón Biza.  

El clítoris, frecuentemente cuerpo sin significado, adquiere en la novela dimensión simbólica. En la imaginación colectiva, la vagina ha hegemonizado en su desmedro la totalidad del sexo femenino. Es en el clítoris donde Barón Biza sitúa la autonomía y el placer “verdadero” del cuerpo. Lo hace símbolo de rebeldía frente a las convenciones sociales. En esa zona, poderosa y temida, se monta la lesbiana. La irrupción de esta figura, inasimilable a la trinidad occidental femenina, profetiza la culminación de la novela.

 

“Ellas se han juntado en el lecho” desliza el narrador cuando las descubre, y suena terrible. Lo dice con calma, aunque se trata de su mujer y de su hermana. El tópico del lesbianismo le permite al autor diferenciar dos economías: la del placer y la de la reproducción. Pero es al mismo tiempo mucho más que eso, si consideramos las dimensiones sociales de la sexualidad.

 

Aunque Barón Biza se inventa un personaje estéril (dato no menor en la trama) es el cuerpo femenino, más expuesto a la hora de sostener ideologías, el que provee la materia simbólica.

 

“Ellas se han juntado en el lecho, hastiada Cleo, quizás de mi carne, y ese hastío no es sino una consecuencia natural de su piel, que por ser suya debe tener el derecho de disponerla.

Sin embargo, yo debo matarla.

¿Por qué las mujeres no pueden unirse legalmente?

 ¿Con qué derecho los hombres justificamos sus pasiones o calificamos sus actos ya que en nada nos perjudica? Si, nos perjudica, nos roba para nuestro placer de bestias esos pechos y nalgas que, por ley fuerte, debe pertenecernos, y es así como hemos llegado a inventar el repudio al amor más perfecto que creó la naturaleza, en él no se deforman los vientres, no se caricaturizan las mujeres, en él no hay dolor de desgarramiento ni manchas de semen.

(…) Sin embrago, yo debo matarlas” (120)

 

Las cursivas pertenecen al texto, y dejan entrever una cierta distancia del que habla con ese mandato (en el que la novela no profundiza, es cierto). Esta “traición”, ya que las lesbianas son al mismo tiempo reivindicadas y asesinadas, debería provocar los chorros de tinta que se han volcado sobre la de Silvio Astier en El juguete rabioso de Roberto Arlt. Demasiadas pistas sugiere el narrador para tales hermenéuticas.

 

Digamos, para arriesgar un veredicto, que el narrador no fue inmune al burdel en que se había convertido la vida. Es la historia de esta aculturación, en definitiva, de lo que se trata la novela.

 

 

Paula Torricella

 

 

Bibliografía

Barón Biza, Raúl El derecho de matar s/d

Ferrer, Christian  “Barón Biza, el inmoralista” en La caja, revista del ensayo negro, nº 8, junio-julio, de 1994. 

Lonzi, Carla “La mujer clitórica y la mujer vaginal” en Escupamos sobre Hegel, Editorial La Pleyade, Buenos Aires, 1978

 

 

 

 

 
 
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Imágenes de ilustración:

Margen inferior: Michal Macku, Obra (detalle).