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realismos 4

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Salvador Benesdra, el gran realista

Nora Avaro

PRESENTACI�N

Este trabajo fue le�do en el marco de las Jornadas de Discusi�n "Realismos", llevadas a cabo en Rosario el 9 y 10 de diciembre de 2005, organizadas por las C�tedras de Literatura Argentina I y Literatura Argentina II en el marco del PID (Proyecto de Investigaci�n y Desarrollo). "Problemas del realismo en la narrativa argentina contempor�nea", Facultad de Humanidades y Artes, Universidad Nacional de Rosario.

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Nora Avaro

Salvador Benesdra, el gran realista

?Tener derecho a desear cuanto hay de m�s absurdo
y emanciparse del deber de desear tan solo lo discreto.?

Fedor Dostoyevski, Memorias del subsuelo

Hace un par de a�os, Alejandro Rubio y yo nos propusimos escribir sobre Salvador Benesdra. Cre�amos, con id�ntica admiraci�n, que El traductor era la gran novela realista de la literatura argentina post Roberto Arlt; y nos molestaba que, aunque los suplementos culturales le hab�an prodigado en su momento elogios de importancia, el breve �xito period�stico de Benesdra hab�a terminado por fundar una imagen indigna del autor, la del loco repentino al que una novela le sale bien por casualidad, y que su suicidio, ocurrido antes de lograr publicarla, hab�a impedido dr�sticamente que demostrara lo contrario(1). Nos irritaba, a Rubio y a m�, que esa indiferencia ambiental ?palabra de prosapia balzaciana?, de la que por otra parte no ten�amos ni una sola evidencia, menguara la trascendencia aut�noma de El traductor exigi�ndole a un escritor muerto nuevos libros probatorios por venir, cuando para nosotros, esa �nica novela ten�a no s�lo el peso espec�fico de una obra completa sino tambi�n el de un universo total, con sus especies, sus geograf�as, sus fuerzas magn�ticas en conflicto.

Todas estas convicciones instant�neas nos hab�an llevado por una resbaladiza v�a reparadora y resolvimos entonces que Salvador Benesdra levantaba envidias sigilosas entre los narradores de su generaci�n y que, por lo tanto, un complot autom�tico se hab�a cernido sobre �l. Cre�amos que nadie en la Argentina escrib�a novelas de la magnitud de la suya, que hab�a, por supuesto, algunas buenas novelas, pero que las dimensiones de El traductor, el tama�o de su ambici�n, eran inusitados. Su m�rito nos resultaba tan contundente, que el proyecto de exaltarlo se volvi� agotador, caprichoso, y de la idea partisana del complot pasamos, directamente, a la deserci�n. Coincid�amos tanto, y con tanto entusiasmo, que nos costaba argumentar. Hab�amos intercambiado algunas ideas (buena parte de las que resumir� aqu�) pero no avanz�bamos en su desarrollo met�dico, no pod�amos traducir el planeta alucinado de Benesdra a los preceptos del comentario, la explicaci�n o la disputa. En ese punto exacto (traducir, argumentar, persuadir) est�bamos a una distancia enorme, y deprimente, tanto del autor como de su personaje.

Rubio interrumpi� su relectura de la novela en un punto en el que confes� no poder seguir, y yo, abrumada por la enormidad especulativa de todas y cada una de sus frases, lo imit� con alivio. La ambici�n realista ?el "supremo esfuerzo de realismo", escribe Benesdra? ignora todo obst�culo y se necesita de un tipo de competencia tan colosal y anacr�nica para sostenerla que, finalmente, en aquella oportunidad, de s�lo constatarla en El traductor nos sentimos contentos.

El traductor es el "ex-trotskista" Ricardo Zevi, notorio alter ego de Salvador Benesdra, que relata, en una primera persona aluvional, y durante m�s de seiscientas p�ginas, una etapa especialmente cr�tica de su vida, empe�ada en darse estrategias er�ticas para "curar" la frigidez de su mujer, y gremiales para frenar los despidos de la editorial donde trabaja. Romina, la joven salte�a, y Turba, la empresa progresista que en la d�cada del 90 inicia sus eufemismos junto con su "reestructuraci�n", son los dos continentes del planeta Zevi. De uno a otro va el protagonista, multiplicando de modo prodigioso planes de acci�n y de ex�gesis. En resumen, eso es toda la novela: crisis general de la mediana edad que precipita la crisis amorosa, la laboral, la ideol�gica, la econ�mica, la pol�tica, en una concurrencia acabada entre el "individuo y la sociedad". Benesdra, como todo gran realista, construye homolog�as seriadas entre el interior de su personaje y el exterior del mundo hasta hacerlos coincidir plenamente en una totalidad.

Me escrib�a Alejandro Rubio: "Mi hip�tesis principal sobre El traductor es que no es casual que el tipo sea eso, un traductor, no un escritor ni un periodista. Un traductor es quien conoce diferentes c�digos y la homolog�a estructural entre ellos. Eso le permite a Zevi perseguir, como un desesperado, las analog�as entre lo p�blico y lo privado, entre una serie de dobles (Cambaceres, Kafka, Gorbachov) y �l, entre la situaci�n nacional y la internacional". Un ejemplo: el peor fin de semana de crisis de Ricardo Zevi, en la navidad de 1991, en el que se dedica por primera vez a visitar prost�bulos para descubrir "c�mo se hace para enamorar a una prostituta" y a traducir las teor�as de Ludwig Brockner, un autor ap�crifo de ultraderecha, coincide con la ca�da de la Uni�n de las Rep�blicas Socialistas Sovi�ticas:

"Se mezclaban comentarios de columnistas con flashes de informaci�n en directo desde Mosc�. Hablaban de que estaba cambiando una era. Sent� inmediatamente que la piel de todo el cuerpo se me erizaba solemnemente y anticip� lo que una d�cima de segundo despu�s acab� por aclarar el locutor: ?Rusia entr� a esta nueva era de un modo apacible. Gorbachov renunci� por la ma�ana y momentos despu�s fue arriada la bandera con la hoz y el martillo en el Kremlin. La URSS, la �nica superpotencia que lleg� a desafiar a Estados Unidos, dej� oficialmente de existir sin que se disparara un solo tiro.? Los ojos se me llenaron de l�grimas. Los diarios hab�an anunciado algo as� para fin de a�o. Pero el fin de Gorbachov hab�a sido presagiado casi mes a mes desde que hab�a lanzado sus reformas, y �l siempre hab�a sobrevivido a su epitafio. Ahora ya no hab�a reformas. Hab�a ese gigantesco agujero en el mundo. En mi mundo."

Es preciso subrayar aqu�, para comprender hasta donde puede llegar Benesdra en la dramatizaci�n �ntima de la geopol�tica (es decir la pol�tica total, planetaria), pero tambi�n de campos de fuerza m�s dom�sticos pero no menos activos ?un encuentro er�tico, una asamblea gremial, el di�logo con un jefe? la lac�nica variaci�n "en el mundo" / "en mi mundo" que se corresponde con la dupla: el cambio de era / la crisis individual. La traducci�n de un nivel a otro, constante en la novela, la horada de pasajes, la abre a un espacio virtualmente comparable para cerrarla en la obsesi�n anal�gica: una totalidad.

A medida que Romina se acerca a su mesa, en uno de los primeros encuentros, Zevi recuerda su lectura escolar de Cambaceres. Es el a�o 1966, tiene 13 a�os, y se ha identificado con Andr�s, el personaje suicida de Sin rumbo (t�tulo que Zevi confunde con En la sangre) de tal modo que se crea entre ambos "un parentesco �ntimo que supera las distancias abismales entre nuestros universos". El hallazgo, arbitrario primero y luego axiom�tico, traza de inmediato una ampl�sima traves�a vincular ("una sucesi�n de sinsentidos cobra de pronto la fuerza apremiante de un destino prefijado"): la llegada de Romina, hermosa e imposible, abre paso a los sucesivos desenga�os amorosos de Zevi; de all� a 1966, al acto de lectura, la equivalencia con el protagonista de Cambaceres y su "profunda derrota frente a la imprevisibilidad"; luego hacia el padre, figura imprevisible que falta a cada cita con su paternidad; y, por �ltimo, el r�gimen mayor en una f�bula abarcadora que "ordena" el pa�s y, por lo tanto, las emociones adolescentes de Zevi: "todo el maldito entorno toma la forma de una met�fora de esa geograf�a sin coordenadas que es la Argentina en la que Juan Carlos Ongan�a acaba de dar el en�simo golpe militar para poner orden". El compendio que acabo de intentar es indigno de la formidable desenvoltura con que Benesdra ata cabos para, en un par de p�ginas, totalizar pol�ticamente su universo, es decir, la fusi�n irrevocable del hombre con la vida social, pero que sirva al menos para medir las incre�bles distancias que separan su conducente sistema de equivalencias. Porque se trata tambi�n de un sistema de postas que direcciona la novela en los cauces de un desarrollo regular y sin acrobacias temporales; no es, claro, el virtuosismo ni la perspicacia estructural lo que importa en una novela tan arltiana como El traductor, sino sencillamente esto: "despu�s de una cosa tiene que pasar otra cosa". Salvador Benesdra bien podr�a suscribir esa m�xima de John Irving ?narrador realista, dickensiano, de vidas enteras? pero a condici�n de que ambas "cosas", y las posteriores, contengan ya la serie completa, la serie real y sus alternativas, lo necesario y lo contingente en un amplio arco posibilista que permite la coexistencia puntual y volum�trica de la homolog�a (Zevi se derrumba frente a la imprevisi�n anunciada del derrumbe de la URSS) pero tambi�n la invenci�n de una l�nea de destino, y de tiempo (es la vida individual, sucesiva e �ntegra la que se hunde con la ca�da de la URSS). Traducci�n y novela son las invariantes del planeta Benesdra, y una no existe sin la otra. El acto mismo de la traducci�n supone y exige el designio de un mundo total, cerrado ("el individuo y la sociedad", hay que repetirlo) pero un mundo que, en el desenfreno mismo de la correspondencia ?Benesdra, como un traductor obseso e imposible, no puede parar? deviene eminentemente novel�stico: una cosa lleva a la otra y lleva a la otra y lleva...

La referencia a Cambaceres ?escritor inadmisible cuya discrepancia ideol�gica con el narrador es determinante, y obvia? que en el sistema de traslaci�n reminiscente del ejemplo anterior media entre dos momentos personales, y tambi�n entre dos �pocas, no es accidental. El engranaje especulativo de El traductor, su voracidad asociativa, encuentra en el arsenal libresco una provisi�n fructuosa de concurrencias, representaciones y motivos listos para ser esgrimidos. "El autor realista no hace m�s que referirse a libros, lo real es lo que ha sido escrito", escribi� Barthes estudiando a Balzac. El protocolo de expansi�n de c�digos, discursos y saberes propio del gran realismo, aparece en Benesdra, como muchas veces en el mismo Balzac, y en Arlt, los tres inmensos lectores "interdisciplinarios", a fin de dar forma y verosimilitud a la especulaci�n delirante en sus diferentes grados de imaginer�a, seg�n uno u otro autor. Se trata de fundamentar positivamente la actitud sobresaliente, singular de los personajes, su distancia existencial con la median�a. As�, con "una audacia intelectual desaforada" y porque sabe "que hace falta de todo para construir un mundo", el protagonista de El traductor consulta una biblioteca repleta que incluye como vimos a Cambaceres y tambi�n, entre otros, a Sartre, Kafka, Hesse, Fogwill, Marx, Hegel, Nietzche, Piaget, Canetti, Saussure, Lacan, Chomsky, un libro de Frank Gibney sobre el milagro econ�mico japon�s, la "ciencia contempor�nea" (la matem�tica del caos, la teor�a de la relatividad, la l�gica probabil�stica), y claro est�, Roberto Arlt, y en cuyo estante principal se encuentra un libro ap�crifo de derecha, el del alem�n Ludwig Brockner. La centralidad de este libro es ostensible, Benesdra transcribe varias p�ginas en la lengua original y luego la traducci�n, respetando, como es su h�bito, su pasi�n por las correspondencias. Lo que aterra a Zevi en este punto es que un discurso perverso adquiera una l�gica persuasiva implacable, que los argumentos de Brockner hagan coincidir perfectamente los grandes nombres de la cultura y la ciencia modernas con una ideolog�a "escalofriante" pero que, en definitiva, d� "una imagen bastante ajustada de lo que estaba pasando o por pasar en el mundo", y de tal modo que sus argumentaciones, aunque desatinadas e inaceptables, terminan resultando posibles, es decir, describen y, sobre todo, anuncian, a la manera de un vaticinio trastornado pero esencialmente realista, una situaci�n global certera.

No satisfecho con la cantidad de autores reales que, tambi�n �l, fagocita en el correr especulativo de su novela, Benesdra decide inventar uno m�s. El libro de Brockner acompa�a a Zevi mientras visita prost�bulos el fin de semana de la cat�strofe sovi�tica. Es un momento extremo cuya imponente universalidad hist�rica coincide, como vimos, con la angustia individual, pero adem�s, las especulaciones de Brockner construyen un mundo inhabitable, un reflejo tan "ajustado" del real, que Zevi, en una nueva vuelta de tuerca, no puede dejar de traducir a su presente subjetivo: "Hay que imaginarse un texto as� le�do entre visita y visita a un prost�bulo durante cuatro interminables d�as (...) Pero sobre todo, hay que imaginarme a m�, leyendo esa revisi�n (...) con mi peque�o mundo y mi moral sacudidos hasta los cimientos por todo lo que hab�a vivido en Turba y por lo que estaba ocurriendo mucho m�s lejos, en la URSS, que parec�a a punto de disolverse." El proceso de disoluci�n que va de Zevi a la URSS, de la URSS a Zevi tiene en un libro imposible su correlato y su fundamento, y no podr�a ser de otro modo porque el �mpetu exeg�tico de Zevi duplica los sucesos en su significaci�n, traduce la realidad a sus posibles sentidos, de modo tal que la pregunta que lo gu�a no es qu� pas� sino qu� significado tiene lo que pas�, o mejor: qu� hace que eso que me pas� se vuelva oscuro, puro misterio dispuesto hacia la explicaci�n del cosmos en su plenitud. Esta posici�n impone una distancia con el exterior que se abre gracias el uso masivo y dominante que hace Benesdra de la primera persona, un uso que le debe al narrador de Memorias del subsuelo muchos de sus asuntos y modulaciones. Y no es para menos. Escribe Luk�cs sobre Dostoyevski: "Ha creado personajes en cuyo destino, en cuya vida �ntima, en cuyas reacciones y conflictos rec�procos, en el choque y en la atracci�n entre hombres e ideas, los grandes problemas de la �poca revelan toda su profundidad de una manera m�s r�pida, m�s vertiginosa y m�s universal de como acaecen en la mediocridad de la vida cotidiana". Cerca de Dostoyevski pero lejos, aqu�, de la objetividad de la tercera persona y de sus funciones realistas convencionales ?descripci�n de las cosas y los personajes, construcci�n de ambientes y atm�sferas, perspicacia en el detalle a la manera de Balzac? el yo de El traductor no gasta ni un minuto en formatear los elementos de su universo: casi no hay calles, ni interiores, ni objetos, ni tama�os, ni colores, ni retratos, sino s�lo fuerzas interpretativas en choque, un materialismo constante. Como si la novela, en un proceso de abstracci�n kafkiano ?y es Zevi, lector realista, quien en el despojamiento de Kafka ve el mejor modo de mostrar "el infierno que es la sociedad moderna"?, hubiera vaciado de rasgos concretos al mundo y se hubiera quedado con el mapa de sus tensiones. No es casual entonces que Benesdra mida a los personajes no por sus actos ni por sus caracter�sticas, al modo cl�sico de la narraci�n y la descripci�n, sino por lo que ocultan, o revelan, sus actitudes. La actitud es el excedente potencial e interpretable de la acci�n y de los dichos, su duplicaci�n intencionada. Y en este sentido, la asamblea gremial (escena que El traductor eleva a g�nero en la literatura argentina) saturada de posiciones, constituye un globo de ensayo perfecto para la sagacidad actitudinal de Zevi, pero adem�s una met�fora ajustada de ese estado de deliberaci�n y pugna que es toda la novela.

Salvador Benesdra retoma las concepciones b�sicas del gran arte realista, el realismo de Balzac, de Dostoyevski, sospechadas por cualquiera de las suspicacias post ("el posmodernismo esc�ptico ?dice Ricardo Zevi? de todos los que estaban de vuelta de todas las pasiones pol�ticas, ideol�gicas y literarias"), y las convierte nuevamente en convicciones, verdaderas plataformas desde donde proyectar la crisis de su personaje. La convicci�n levanta el dogma y abjura del azar, de la contingencia. El problema de Ricardo Zevi es que tiene ideas demasiado firmes, o mejor ten�a ideas demasiado firmes, y la primera frase de la novela lo encuentra en el momento crucial en que esas ideas se deshielan a favor de lo posible, no de lo real pautado, detenido, cristalizado por la ideolog�a, sino de lo real liberado por la transformaci�n, el pensamiento, la virtualidad, en definitiva: el tiempo novel�stico. Balzac: "Le hasard est le plus grand romancier du monde".

De entre todas la convicciones que soportan el edificio gigantesco de El traductor fulgura una, la convicci�n de la totalidad y su sistema existencial binario: la vida privada y la vida social, la intimidad y la sociedad, el hogar y la empresa, el amor (o el sexo o el matrimonio) y el trabajo (o la humillaci�n salarial o el asamble�smo). Con base en este binarismo elemental es posible, es decir ?para Benesdra, para Balzac, para Dostoievski, y tambi�n para Roberto Arlt? es real, cualquier transformaci�n: del tipo al monstruo, de la convenci�n a la locura. Benesdra es muy met�dico en el relato de esas transformaciones (una cosa lleva a la otra y lleva a la otra y lleva...), nada le es m�s ajeno que el develamiento repentino, sin demostraci�n, o, lo que es lo mismo, el inexplicable m�stico: ninguna epifan�a. El pensamiento sobre lo que Ricardo Zevi, fiel a su binarismo, llama "el exterior" (la frigidez de Romina, la situaci�n laboral en Turba, la pol�tica internacional o, sin medias tintas, el destino del universo) y "el interior" (la propia conciencia en estado deliberativo) crea "avalanchas deductivas fulminantes", para decirlo con una de sus muchas f�rmulas geniales, por donde descender hacia lo singular neto. Porque el proceso de diferenciaci�n siempre es declinante. Como en Arlt, donde la perdici�n es el punto de partida de cualquier aventura de la existencia; o como en Balzac, cuyos personajes van del est�ndar (el comerciante) al infortunio (el arruinado), o desde los deseos aptos a la avidez desmedida, pero sin abandonar el estigma estandarizado y realista que les da vida: se trata siempre de un perfumista, un poeta, un avaro, un seductor, un inventor, pero superlativamente de Birotteau, Rubempr�, Grandet, Hulot, Cla�s; en El traductor el declive de la identidad plena acelera la vicisitud y la idea sobre la vicisitud (en palabras de Benesdra: "el mundo y el propio acto de pensarlo") y, como siempre se puede caer m�s abajo, el veros�mil realista se comprime en explicaciones cada vez m�s abigarradas. Pero, atenci�n, que la densidad inflacionaria de las explicaciones no las burocratiza, ni las anula en el misterio o el hermetismo, sino que las potencia ?"la v�a poderosa de la explicaci�n", dice Zevi? y tanto m�s que, en un punto culminante, la vida, es decir el m�dulo binario total que Benesdra llama vida, se abre a la locura: al extremo "suceso mental".

Pero para descender de la norma a la locura, para rebasar al estereotipo, Benesdra no se priva de retratarlo en un alarde extraordinario de pintoresquismo. Folclore local de las izquierdas: el narrador realista se solaza en una tipolog�a precipitada y el sarcasmo, un sarcasmo m�s bien desencantado, es la fuerza que lo salva de derrapar en el mero inventario naturalista. Porque no se trata de hacer sociolog�a, definir casos testigos o formatear padrones ?en el gran realismo nunca se trata de eso? sino, muy por el contrario, de enfatizar sabiamente los rasgos t�picos para desneutralizar la tipolog�a, y con un objetivo, claro est�, revelador: ninguna ecuanimidad sino, y siempre, un drama cerrado. Esta brillante enumeraci�n para caracterizar al militante trotskista:

"cre�an, cre�an como s�lo un loco o un trotskista puede creer que las masas hac�an huelga, luchaban, bregaban aqu� y all� (...) por un solo y mismo ideal (...): el socialismo aut�ntico (...) [cre�an] m�s all� de las barreras entre los bloques socialista y antisocialista, m�s all� del odio inveterado del pueblo sovi�tico a la dictadura staliniana que lo aplastaba, m�s all� del rencor de todo el mundo contra los grupos terroristas que pretend�an confiscar en su provecho la lucha de la gente, m�s all� de los cr�menes rutinarios de los mao�stas dentro y fuera de las fronteras chinas, m�s all� de todas esas degeneraciones perversas y psic�ticas de la izquierda que constitu�an una parte central de sus propias denuncias como trotskista, como polemista, como predicador, pero sobre todo [cre�an] m�s all� de toda realidad y toda sensatez."

O esta otra para el stalinista pro mao�sta:

"El stalinista pro mao�sta no se molestaba en cambio en aludir a la realidad, su dominio era la poes�a: las cosas eran como eran porque hab�a un ?gran Timonel?, o porque hab�a que lograr que ?florezcan cien flores?, porque se dar�a un ?Gran Salto Adelante?, o se privilegiar�a la ?contradicci�n principal? sobre las ?secundarias?. C�mo se pasaba de eso a la masacre de millones de comunistas y no comunistas chinos con cada gran salto, con cada flor florecida, con cada revoluci�n cultural, pod�a entenderse si se conoc�a la respuesta que los sentimentales, los intuitivos, los m�sticos, los po�ticos mao�stas daban a los enigmas trotskistas sin soluci�n: ?con un trotskista no se discute, se lo abofetea?".

Que Benesdra elija la fauna de izquierda para ejercitar su expertas dotes costumbristas no tiene nada de accesorio y su trascendencia radica en ce�ir una de las pretensiones de su relato: tildar, como un censista del detalle a una poblaci�n, las especies del descalabrado campo ideol�gico que termina de expulsarlo de sus c�modas fronteras para dejarlo en una intemperie dogm�tica brutal y fecunda o, para decirlo con la met�fora colorista que emplea Ricardo Zevi: "se me cae la estanter�a ideol�gica". En efecto, de la convicci�n ideol�gica al desvar�o prof�tico o, nuevamente: del patr�n al monstruo, del militante al mes�as de extraterrestres, del concierto al desconcierto, de lo probable a lo improbable, como �nicos pasajes (y en Benesdra todo pasaje supone, siempre, una maquinaci�n) para "incorporarse a la realidad": "Sent�a cada vez m�s hasta en el �ltimo poro de mi piel que estaba incorpor�ndome por primera vez en mi vida a la realidad. Estaba actuando sobre el mundo y produciendo resultados (...) eran hechos tremendamente improbables y hab�an ocurrido pese a todo y sin lugar a dudas en la realidad, y s�lo porque yo me hab�a empe�ado en provocarlos".

Uno podr�a pensar, y con muchas razones, que en El traductor los pasajes se dan de un est�ndar del costumbrismo a otro, as�, para dar otro ejemplo: del t�pico intelectual de izquierda al t�pico cafishio; y es probable; pero el proceso de singularizaci�n radica en la distancia alucinada que existe entre ambos ?y que instaura, tambi�n, las dimensiones efectivas de esta novela, su prodigiosa capacidad continente. Zevi prostituye a su mujer, que adem�s es una misionera adventista, con el fin de que logre un orgasmo y ella, torturada por d�as, termina por aceptar la nueva situaci�n, la normaliza. El cambio de un punto a otro en la cadena de sucesos no importa ning�n salto, ning�n corte abrupto, el grado de c�lculo con que Zevi fabula y fundamenta cada uno de sus actos (y de sus pensamientos) abre v�as transitables para lo inveros�mil, vuelve real cualquier imposible narrativo. De ese modo, la prostituci�n de su mujer se transfigura, se va volviendo "una opci�n cada vez m�s real", es decir, permite el paso a la acci�n como �ltimo resguardo del "poder afrodis�aco" de las ideas. Benesdra opera en este punto a la manera de Balzac, quien avanza sobre los rasgos y las actuaciones de sus personajes hasta niveles casi incompatibles pero sin que ninguno de ellos abandone su funci�n realista b�sica: representarse a s� mismo y a sus iguales, representar al mundo. Como dice Mart�nez Estrada, otro gran desmesurado argentino, al leer �ntegramente La Comedia Humana: "es una regla que cada uno de esos personajes trae a la acci�n un tipo, el suyo, de cat�strofe".

He nombrado varias veces a Balzac, y alguna a Dostoyevski, y al decir Balzac y Dostoyevski he querido decir tambi�n, en los sentidos en que describo la novela de Benesdra dentro de la tradici�n del gran realismo, Roberto Arlt. El mundo de Arlt que se anuncia desde el principio en El traductor, en esa f�bula humillatoria magistral en la que Zevi ambiciona ser como el Rufi�n Melanc�lico, rebasa el maltrecho dique de contenci�n de la median�a y, de paso, el de la mera correcci�n pol�tica. La comparaci�n, procedimiento rector de la novela, es el aut�ntico embrague del discurso y el pensamiento de Zevi: todo puede ser como otra cosa en una correspondencia que, seg�n vimos, dispone el avance del relato. En este caso, vuelve a tratarse de la prerrogativa que el realismo le concede a la biblioteca en su avidez por inventar integralmente la realidad, pero tambi�n, de las figuraciones ut�picas del follet�n tal como las procesa la literatura de Arlt. El Ruf��n Melanc�lico es el Rocambole de Ricardo Zevi, un modelo de virilidad y acci�n para el cavilador dubitativo, una "individualidad sobresaliente" para homologar la literatura a la vida, o mejor, para traducir la literatura a la vida. No importa tanto que la versi�n de Zevi termine en mal remedo, que el Rufi�n rebase en elegancia y efectividad sus torpes representaciones, lo que s� importa es el horizonte de expectativa novel�stico que abre la figura del personaje de Los siete locos: el potencial arltiano del "suceso extraordinario" que Benesdra hace soberanamente suyo. Porque para el censor introspectivo de Ricardo Zevi, lector aguzad�simo y tan salvo de todos los prejuicios y los convenios cr�ticos, el Rufi�n es nada menos que alguien que "hab�a sabido detectar el instante preciso en que un gesto, un rev�lver y un coraje pod�an lograr lo impensable".

Y no se trata s�lo de temas, aunque enf�ticamente s�, de los temas dostoievskianos de Arlt: la humillaci�n, la locura, el crimen, la fascinaci�n eg�tica, la revoluci�n, sino tambi�n, y de manera sustancial, de una insistencia inusitada, monstruosa, delirante y estructural sobre "el sentido de la vida", que el genio de Balzac llam� la "b�squeda de lo absoluto". Benesdra le saca brillo a la pregunta arltiana por antonomasia, no digo que llegue m�s all�, que nos modernice, a la manera de una vulgar puesta al d�a, a nuestro mayor novelista, sino que estira su filiaci�n sin cortarla, la tensa hasta un l�mite inaccesible sin producir desgarros, se atreve no a desmontar un procedimiento ejemplar, o a homenajear algunos de sus t�picos con bater�as de citas o prosapias ilustradas?soluciones doctas, cuya compostura canonizante aniquila el mundo y los personajes arltianos? sino a cargar sobre sus espaldas de novelista suicida las modulaciones y los motivos de Arlt, tan remanidos que espantan a cualquier fino temple literario, y tambi�n las conciencias insoportables de sus personajes, esas procesadoras terror�ficas del cavilar, de modo tal que logra "lo impensable": ser el aut�ntico novelista arltiano de la literatura argentina.

Cu�l es el sentido de mi vida, se inquiere Zevi redundando a Erdosain, o c�mo ser a trav�s de algo (de un crimen, de una humillaci�n, de una farsa, de una gesta improbable), d�nde "a trav�s" quiere decir: representando en un cuadro perfectamente teatral a un personaje-tipo que, en la evoluci�n novelesca, convulsiona la caracterolog�a. Benesdra hace proliferar las identidades pautadas por alg�n rasgo dominante y traza cada una de sus l�neas de fuga, Ricardo Zevi es un traductor, un intelectual, un asamble�sta, un cafishio, un mes�as, un demente, un esclavo, un delegado gremial, un personaje de Roberto Arlt, para llegar a ser como Astier, como Erdosain, como Balder, �nico, quiero decir: "una existencia individual en su m�s alto grado de tensi�n y lucidez" (Jean-Paul Sartre), y cuya tensi�n y lucidez �nicas y extraordinarias revelan las m�ltiples tensiones del mundo.

Alan Pauls traz� una "l�nea Arlt" que, con una descendencia muy pobre en la literatura, culminaba, seg�n el propio autor de El pasado (otra novela de traductor), en las experiencias teatrales de Vivi Tellas o de Ricardo Bartis. No conozco el teatro de Tellas o de Bartis al punto de disentir con la opini�n de Pauls, pero resulta lo menos curioso que quien ha le�do con inteligencia y admiraci�n la obra arltiana le niegue toda trascendencia en la narrativa. Es algo que los lectores argentinos siempre debemos volver a pensar, claro, pero mientras tanto, en la l�nea Arlt que yo prefiero ?la l�nea del aut�ntico realismo o, para darlo vuelta como hicieron los cr�ticos denuncialistas de la d�cada del 50, la del realismo aut�ntico? despu�s de Juan Carlos Onetti est� Salvador Benesdra.


Nora Avaro

(1)El traductor fue escrita entre los a�os 1992 y 1994. Benesdra se suicid� el 2 de enero de 1996, la novela se public� en febrero de 1998, y, gracias al discernimiento de su editor Elvio Gandolfo, no fue tocada.

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Margen inferior: Francisco de Goya, El perro semihundido (detalle).