el interpretador narrativa

 

La pelota, el carro, la planchita

Paula Peyseré

 

 

 

 

1

La cocina queda cerca del mostrador del negocio, a 4mts, ropero escondedor de por medio. La mamá no es tan exigente, sólo ruega que la dejen atender el local en paz. Talante nunca se decide a levantar un corlok ni esas maderas livianas que venden tan barato en Easy, cualquier cosita por lo menos. Lo único que se dignó a instalar hace un año fue una cortina beige inservible: se volaba, se veía toda la cocina, nadie podía prender la tele mientras estaba abierto el negocio. Siempre es preferible algo duro. Ahora quedó la cortina con el placard adelante: un asco amontonado, todo desprolijo.

La tía Vale entra diciendo ´bueno, nos pusimos ricoteros´ y pega fotos de un recital en las puertas del mueble. La mamá piensa que queda feo, pero Talante la acusa; que se deje de joder que a los pibes les gusta el póster.

La mamá pide con frecuencia a José que cuando vienen las clientas se pase a las sillas del fondo si quiere seguir viendo la tele. Y lo sabe: la ternera está prohibida los días de semana. Ya le advirtió a la abuela que no le cocine a José lo que se le antoja, después queda flor de baranda en todo el local y la ropita de nena se impregna, los muñecos, las polleras, los gorritos, todo.

La mamá le dice a Talante (aunque en el fondo le guste quedarse sola para que no haya tanta familia dando vueltas en el mostrador) le dice, se le queja que todos los fines de semana lo mismo, dale que dale con los tambores en el Lezama, no es capaz ni de compartir un café en familia. Y José se ríe porque lo retan al papá.

La mamá le separa los palos y enfila las lonjas con botellas de agua. Que se vayan rápido con todo el traste antes que empiece a caer nadie a comprar.

Talante se pone como un nene, como que se le escapan las ideas y se le llena de alegría, y toca y toca y se olvida por más que se le rompan los dedos o las rodillas le pidan feriado, por eso José piensa que su papá no lo prefiere y entonces él va a ser jugador de fútbol y no va a tocar nunca.

Talante antes de ser líder del candombe, jugó en las inferiores de Peñarol. Es bueno en todo, pero vago. José piensa si mamá se dará cuenta que la gente no entiende, se creen que es un genio.

José agarra la pelota, y se para al lado de un repique. Le llega justo a la frente, son como los dos hijos de Talante: el de madera y el mulato. Ah! Ahí llega la alumna de Talante que le gusta a José, que le tira penales. La mira medio enojado porque tiene pelos abajo del brazo, pero tiene un culo de grande y es tan buena, le da bola, le llenó las bombuchas en el bebedero para altos una vez. La peluda le toca la cabeza como caricia, hola José. Qué almorzó le pregunta y José dice que ternera porque es sábado. La chica mucho no entiende.

Llega el resto, agarran los tambores y entran al parque por la feria de locos.

La gente se compenetra con que va a vender todo sólo porque lo distribuyen tirado arriba de una sábana, es un laberinto del barrio venido a menos. Todas las doñas y sus niñas tomando mate y exponiendo productos inútiles, muy hermosos algunos. Es para gente que no sea careta, cosas usadas y sucias en su mayoría. Hay que mirarlas por dentro o imaginarlas con agua, hay que tener ojo. La creatividad es lo que sobra (piensa una turista) es genial y espontáneo, en Italia no se ve. Piensa que los ciudadanos se están apropiando de su espacio público, y una vieja come un sánguche.

Talante va a la lonita de los playmóvil. Tienen He-man, tortugas ninjas, frascos de perfume ni le interesan, dos tazas como con oro, camperita de rayas, discos antiguos, ceniceros, tijeras de goma, pelucas de lana, percheros de cama, consejos de nada, libritos de la biblia en 12 centímetros increíbles y uno que dice Tarzán que siempre agarra, pero él muy largo no lee. La peluda se prueba una pollera colorada. Que parece re fea piensa José, en mi casa no busca nada para ponerse, y patea la pelota de fútbol desacomodando los muñecos en venta. Rajá pibe, le dice un adulto. La peluda lo defiende un poco del vendedor y dice al oído del niño que tenga cuidado, José le saca el hombro con qué me importa.

Todos los sábados la misma guachada. José se abusa y no se comporta, patea la pelota sobre todos los puestos y sobre todo porque su papá es un moreno fornido y viene en banda, le provoca bailar a la gente.

Talante enciende el primero de veinte en el banco de cemento abajo del árbol en que prenden fuego para templar los parches, fuma y mira las chispas ausente, tranquilo, saca panza de birra y le dice a José que se vaya más allá si va a jugar, que no joda. José cada vez que mete un gol viene y le festeja a los que tocan, se saca la remera y se ensucia marrano, aprovecha cualquier charco para tropezarse despistado y junta botellas vacías y tetras para levantar los arcos.

La peluda lo ve solito y le patea siete u ocho veces, después se suma al resto para tocar. Al final todos lo cuelgan. Se sienta en la escalera con una paloma. Quisiera ser sordito para que se callen los tambores. Ahí llegan unas viejas que se arrinconan, entusiasmadas de repente por la juventud, bailan sus hombros como agitando sachet de leche. José agarra un palo, le emboca a la paloma, se acerca a la ronda: empuja un piano, mete mano a un chico, escupe con poca saliva un repique pero nadie le dice nada. Talante sigue y sigue, dando ordenes a los nuevos porque tienen que sentirlo en el cuerpo, estos porteños parecen soldaditos de plomo, tocan mirando para abajo, sin cielo, esto no es música, es un desastre uruguayo.

Llega una nena de cuatro con un vestido moderno de rosa, es de otro barrio con plata se nota, se queda quietita y José medio que le acerca la pelota pero ya sabe que las nenas no.

Gorda, le dice.


2

José baja la escalera porque hay unos de la escuela por el lado de las hamacas; Uh... el bostero que le dice Negro y el gallina chupamedia. ¡Gallina chupamedia! le grita y se ponen a patear contra las rejas de la plaza verdes en una manifestación inconsciente, hacen quilombo tranquilos como quien no quiere la cosa. Si le tiran la leche a una madre con la hija encima, se alejan un poco o sacan la lengua para solucionarlo. Las madres en general son buenas. José mira para arriba a los tambores y mueve las cejas, siguen como unos boludos.

Aparece racing con un carro de ruedas y el bostero maldito se hace el jefe que corre primero, todos al trote como si regalaran amigos. José agarra la cuerda y empuja el peso valiente, le gusta ser el más fuerte porque Talante le festeja cuando levanta las cajas pesadas en ayudar a mamá o cuando baja la persiana para cerrar el negocio.

Enfilan los chicos para el lado de Paseo Colón, en cinco minutos suben para el lado más alto y apuntan a la bajada para dar vértigo al carro.

-Subíte, Negro- racing le dice a José que se suba porque él todavía nunca se tiró y lo intuye flojo al móvil. No puede: José no tiene tiempo de concentrarse, pues es miedo. Mira el camino empinado, es un asfalto mal puesto: un clavito, vidrios dando vuelta, cartones, lo que mamá llamaría Te vas a Infectar. -Dale Negro- le grita bostero y racing y gallina corean esclavos: -¡Dále, dále! ¡Negro, dále!- José piensa con las rodillas que es un cagón.

-¡Negro botón! ¡maricón!- insisten los colegas. José se sienta sobre las maderas del carro, medio se tambalea y medio se envalentona porque le toca el primero. En el fondo le da bronca, le parece un experimento, un honor sospechoso.

Antes de decidirse a la rampa, mientras se sube firme las medias de las zapatillas, bostero lo empuja desde el centro de la espalda. Allá va.

Cae un minuto doce segundos por la bajada Lezama destino Patricios, adentro suyo en un tiempo sin hora, le parece larguísimo cuando el viento en la cara. Pero llegando al cordón de la vereda ya sabe que quiere, quiere, quiere más. Siente una certeza de enamorado, pasión de la velocidad, alegría que lo extrae de la familia como si hasta entonces no hubiera tenido un sí mismo. ¨Qué personalidad¨, piensa.

Sube corriendo ni que cayeran dólares, carrito a cuestas empuja a los tres pibes, se tira de nuevo esta vez gritando Ehhhhhhhhhhh! Vuelta a subir la vuelta y empiezan los cuatro pibes a manotearse las piñas -¡Eh loco, pará que le toca a racing que es de él!- dice gallina.

-Bueno -dice racing- si vos querés el carrito... yo me quedo con tu pelota.

Uhhhhhhh, piensan los muchachos. Peli no vuelve. José elige el carro porque aunque la pelota es más plata es más vil metal, así dice siempre el padre. Qué le importa… y se queda rebotando en bajada hasta las nueve de la noche solito como dios lo trajo al mundo, en bolas de gracia José, que encontró su destino propio. Se tira más de veinticinco veces. Sube y baja desconcertado como para acabar con la alegría.

Descansa en un arbolito, apoya el carro boca abajo y no los vé a racing y a bostero que aparecen por detrás y le afanan lo trocado.

José los vé salir corriendo en un chiflido de pies y se queda mudo: me cagaron.

Agarra un cascote, se venga en el aire, pero nada.... los chicos cada vez vienen más chorros.

Le parece ver que al costado de la feria dejaron tirada una plancha verde de plástico con animales, para nenas, para jugar a la casita. Tiene el cablecito y el enchufe descosido. Qué extraño mensaje... Se para dudosamente entusiasmado, la agarra.

Le va a pedir a Talante que le construya un carro con rueditas mañana, seguro se queja pero va y lo hace en media hora.


3

Mientras esa velocidad, Talante terminó de hacer música y se vuelve para el negocio con los muchachos que le colaboran en la carga de tambores. Van pateando piedras, mirando birras. Uno que trajo una camarita digital está como loco con las tomas contrapicadas desde arriba de una rama: ésta va a quedar genial con los pibes moviendo la mano como bestias a un perro.

Talante llega al mostrador bien sudado: saluda levantando una mano y bajando la frente, como los boxeadores. -¿Dónde está José?- pregunta la mamá que sabe que con la pelota termina en cualquier barrio. Uy. Talante le echa la culpa al pibe, este pendejo de mierda se cree que tiene 18, y sale a la vereda a echar una ojeada. Ni idea.

Enfila nervioso al parque.

Hay tantos nenes que a Talante le parece que el asunto va terminar con una denuncia policial porque rápido las hormonas le agitan el cerebro ::: hormonas ::: cerebro ::: aplastado por un camión ::: enojadito ::: hormonas :::: a ver si lo secuestraron ::: no tengo un peso::: cerebro ::: si no tengo guita :: o le sacan los órganos nuevitos ::: o algún degenerado de alguna red::: seguro ya vuelve ::: pero no está:

-¡¡Negra, José no está!!- le grita a mamá de telenovela asomándose por la puerta, agitado del trotre, y lo vé a José sentadito al lado de la abuela, despatarrado de cansancio, con una plancha de juguete en la mano y una pelota robada en la cara de culo.

-¡La puta que te parió José, casi llamo a los bomberos!

-Hacé la tuya - dice José que ya decidió no acompañar más a su padre con los tambores.

-No seas maleducado- dice Talante. Se va a la cocina, mejor se va, sí, se va para no pegarle un bife, apoya una pava en la hornalla, no sabe si su hijo se está haciendo maricón o qué, se limpia la frente con el antebrazo, come una galletita de salvado, para qué carajo querrá una planchita.


 

Paula Peyseré

 

 
 
el interpretador acerca del autor
 
             

Paula Peyseré

Nació en Buenos Aires en 1981, publicó La Racha y Llorona en Guacha Editora.

 
   
   
 
 
Dirección y diseño: Juan Diego Incardona
Consejo editorial: Inés de Mendonça, Camila Flynn, Marina Kogan, Juan Pablo Lafosse, Juan Marcos Leotta, Juan Pablo Liefeld
sección artes visuales: Juliana Fraile, Mariana Rodríguez
Control de calidad: Sebastián Hernaiz
 
 
 
 

Imágenes de ilustración:

Margen inferior: Joan Miró, Obra (detalle).