el interpretador en discusión

 

Carta de Hernán Tejerina

Apretar el gatillo acarrea consecuencias distintas a las que trae aparejadas recibir las balas

 

 

 

 

Señor Director:

A mi estremecimiento espiritual frente a los testimonios de Jouvé, sumo el estremecimiento intelectual por las consideraciones de Oscar del Barco. Si uno se detiene un instante, no demorará en concluir que ni Dios se atrevió a lo que del Barco en su carta a La Intemperie: cifrar la complejidad de lo real en el “No matarás”. Sin embargo, señor director, ni Dios cifra las Verdades que trascienden la trama humana ni Oscar del Barco es Dios. Por eso, veo en su postura menos un acto de contrición que un vulgar reduccionismo.

Disiento con esa operación que consiste en restringir ‘la Verdad’ a un precepto. Un precepto, aún uno tan sagrado como el ‘No matarás’, incurre en la “bastardía” si no se lo aprehende en la complejidad de las contingencias históricas. Por ello, frente a la postulación unívoca de mandatos, reivindico la confrontación, y validación, del precepto (‘no mataras’) en el marco de los procesos históricos concretos (validez del no matarás durante, por ejemplo, la resistencia al nazismo).

Entiendo que el precepto puede ser planteado como síntesis. Sin embargo, aún así, volvería a señalar mi disidencia y frente al ‘No matarás’, opondría el ‘Vivirás’ como fuente de toda inmanencia. Asumir el ‘vivirás’ conlleva entender que el peor de los pecados no es la terrible violación del ‘no matarás’ sino la negación sistemática, externa y enajenada de la realización humana. Este entendimiento implica una conciencia trágica.

En mí, el estremecimiento ante el absurdo de las muertes relatadas por Jouvé no es menor que la conmoción frente a las múltiples situaciones en que la vida deviene en zonas de no-vida, en un mero acaecer biológico accionado por el motor de la alineación y la injusticia estructural. Cuando la vida se vacía de vida y las causas de ese vaciamiento están institucionalizadas, la violencia es menos una opción ética de índole individual que una situación social de causa-efecto.

Del Barco sostiene: “Ningún justificativo nos vuelve inocentes”. ¿Existe espacio para la inocencia “frente a una sociedad -cito su carta- que asesina a millones de seres humanos mediante guerras, genocidios, hambrunas, enfermedades y toda clase de suplicios...”? Desde la auto conciencia de uno y de lo real, el ‘estado de inocencia’ es una variante apenas solapada del onanismo y la auto exculpación. En nuestra articulación gregaria, en la intrincada sociedad en la que nuestro Yo transcurre, casi nada de lo real es racional. Creo en la decisión conciente que implica la reversión -la subversión-, el intento supremo de conjugar lo real y lo racional. Y creo que en este intento, en esta pulsión, es más útil la razón que la inocencia.

Esta postura no incurre en la maldad a la que alude del Barco, citando a Levinas, respecto al excluirse de las consecuencias de los razonamientos. El sostener que, quienes en los ’70 optaron por la vía armada, apoyaban la muerte del Otro y esgrimían el ‘no matarás’ frente al riesgo de la propia vida, agrega una nueva connotación a la teoría de los dos demonios. Si a partir del alfonsinismo un vasto sector de luchadores sociales se constituyó en una de las fuerzas demoníacas de la jerga oficial, desde del Barco, a la categoría de malvados que se auto excluían de sus razonamientos, se le puede sumar la de imbéciles que ni siquiera discernían las consecuencias de los mismos.

Sin embargo, sostengo que el acto violento no emana de lo abstracto sino de lo concreto. No lo justifica ningún alto o bajo idealismo, sino la crasa materialidad -y contingencia- desde la cual la Historia se corporiza en la carne y la trama de los hombres. Gandhi reformulado: “De la injusticia nace la violencia que engendra la violencia”. Toda no-violencia que surge -y no modifica- el actual estado enajenado de la vida solo muda lo violento de un estado coercitivo concreto a uno simbólico. ¿Es esto una vindicación del homicidio, una apología de la violencia? No, es obvio que el ‘vivirás’ no es dicotómico con el ‘no matarás’.Lo contiene medularmente. Pero lo trasciende, a menudo de modo fatal, y en su concreción acepta el riesgo que implica ejercer su voluntad de poder, de rebelión y de goce.

¿Un hombre es todos los hombres? A menudo, no. ¿Por qué esa necesidad, que no vacilo en calificar de totalitaria, de diluir la particularidad en la generalidad, de sanear la complejidad de los acontecimientos de barbarie remitiendo al universal ‘hombre’, ‘causa’, ‘patria’? Goebels no era Walter Benjamín. Eva Braun no era Ana Frank. El espacio del universal ‘hombre’ que compartían era infinitamente menos importante que la singularidad de ideas y roles que los enfrentaban en el marco de su sociedad y su tiempo.

Muchos mea culpa, en la Argentina y por estos días, citan a Aramburu como caso testigo. Abordemos esto en sus diversas aristas. Símbolo del golpe de estado del ’55, responsable de la masacre por el bombardeo a Plaza de Mayo, impulsor, junto a Isaac Rojas, de la proscripción al mayor movimiento político del país, ideólogo del secuestro del cadáver de Eva Perón y de todas las metáforas que de esa profanación surgen. La impunidad de sus actos emana de la realidad que ‘él’, desde su posición de poder, configuró de modo determinante.// Una digresión: el ‘él’ que acabo de nombrar no designa al individuo Pedro Eugenio Aramburu, católico, militar, padre amoroso -o no- de familia argentina, sino al Aramburu sujeto político y simbólico que reunía en sí a la suma de individualidades argentinas que, al reconocerse en su accionar político, lo convertían en emblema de poder. En esta dimensión de ‘lo Aramburu’, el individuo es ‘contribuyente voluntario’ del emblema de poder y del usufructo que este acarrea. Así, la existencia y esencia de ‘lo Pedro Eugenio Aramburu’ se ha desplazado de su sacralidad universal y humana a su particularísima función de poder. //

¿Qué se hace en el marco de una sociedad donde lo real es un acto de fuerza, un movimiento cuya dinámica es la supresión y la manipulación arbitraria de las leyes y los derechos? ¿Se presenta en el juzgado de turno una demanda por mal desempeño en el ejercicio de sus funciones? No, se desautoriza a quien desde su ejercicio del poder hace de la vida una zona de no-vida. Ahora bien, no de esto se deriva automáticamente un ‘matarás’ tan histérico como el ‘no matarás’ de del Barco. Sí se deriva la reducción drástica de los espacios de diálogo y el arribo a esas instancias de confrontación que, con frecuencia, sólo se saldan con la imposición de una parte sobre la otra. Trágicamente, esta confrontación, en ocasiones, conlleva la muerte. Aramburu llevaba en sí la forma de su refutación. Repito que esto se emparenta menos con lo ético que con la lógica. Y repito, también, que esto es trágico. Conciente o alienado, el individuo Aramburu resigna lo sacro de su Ser, al volverlo un instrumento de opresión. Es ese acto, el de devenir sujeto y verbo de la opresión, el que de modo trágico, resiente el valor absoluto del ‘no matarás’.

Aramburu no era todos los hombres. Aramburu no era Valle ni ninguno de los fusilados en los basureros de José León Suárez. En alguna instancia del Ser todos somos sagrados pero en alguna instancia el Ser deviene en función y el verdugo no es la víctima ni la violencia de los unos es igual a la de los otros. Del Barco llama a esto “lógica criminal”. En algunos casos, compartiría la denominación. En otros no y usaría denominaciones como ‘lucha de clases’, ‘resistencia’, ‘revolución’ ‘movimientos independentistas’ o ‘terrorismo’ o ‘estupidez’. Indicaría, también, que cada denominación lleva implícito su juicio de valor... Apretar el gatillo acarrea consecuencias distintas a las que trae aparejadas recibir las balas que el gatillo disparó.

Una obviedad en torno a los procesos históricos: que la refutación de Aramburu haya corrido a cargo de personajes de una mediocridad tan sin fisuras como la de Firmenich le añade a la naturaleza trágica de la vida, el elemento absurdo. Si antes no bastaba con el ‘no matar’, ahora la supresión del símbolo dictatorial tampoco alcanza. El absurdo potencia lo trágico. Ver un líder revolucionario en un viejo general bonapartista acciona motores que funcionan con sangre y son un buen ejemplo de que, en la complejidad socio política, no es ninguna inocencia natural –¡como se parece esta noción a la del pecado original!- sino un ejercicio ético y agudo de la razón, el mejor antídoto contra enajenaciones como las relatadas por Jouvé. Y aún esto no es ninguna garantía.

La violencia política da, no para una carta, sino para un tratado infinito. En cierto modo ese tratado se viene urdiendo desde que el hombre es hombre. Pera ya sea como panfleto, carta o tratado es de esperar que el tema sea abordado en sus insoslayables dificultades y, acaso, irresolución.

El reduccionismo necesita, de un modo u otro, un supra-orden a donde remitir sus actos e ideas. Es interesante la confesión de del Barco respecto a su adhesión al PC ruso en un momento en el cual, lo lógico desde su matriz ideológica era esa adhesión y la consecuente auto represión, frente a la evidencia de los crímenes con los que el stalinismo había consolidado su poder. Del Barco ha mudado, obviamente, de significantes y significados ideológicos y políticos. La mudanza, sin embargo, no ha operado en la mecánica de su pensamiento. Continúa necesitando un marco, una zona sagrada a la cual remitirse, un Dios (aunque sea sin Dios), un orden total en el cual enmarcar sus ideas y sus enunciados. Si fue stalinista durante el stalinismo, es anti-stanilisnista ahora que el rechazo total de la experiencia soviética constituye la médula de los discursos dominantes. Si antes dijo (aunque sea un decir sin decir) “la implementación del comunismo tolera el precio del gulag”, ahora, manifiesta desaforado ‘no matarás’. Ayer y hoy, el reduccionismo es el instrumento para convalidar las ideologías dominantes de turno. En ese contexto la similitud de discursos entre del Barco, Neustadt o Grondona no es un argumento. Pero tampoco una mera coincidencia.

Hernán Tejerina
Ciclista

____________________________________________________________

Publicado originalmente en

Revista mensual La Intemperie Córdoba Política Cultura
Directores: Sergio Schmucler, Cecilia Pernasetti, Luis Rodeiro y Emanuel Rodríguez.
TE: 0351-4683720
E-mail:

 
 
 
 
 
Dirección y diseño: Juan Diego Incardona
Consejo editorial: Inés de Mendonça, Marina Kogan, Juan Pablo Lafosse
Control de calidad: Sebastián Hernaiz
 
 
 
 

Imágenes de ilustración:

Margen inferior: Francisco de Goya, El invierno o La nevada (detalle).